Hoy
la cosa va de intrusos, pero no piense en los usos menos atractivos o
desconfiados de la palabra y adentrémonos en el terreno de lo desconocido, del
recién llegado, de lo inesperado –que puede ser cálido y luminoso, confíe-.
Puede que llegaran Juan Ramón Jiménez y Zenobia Campubrí como unos intrusos a
esa Granada majestuosa y radiante que les mostraron, en 1924, Federico García
Lorca y su familia. Pero tuvo que durar muy poco la sensación, si es que la
hubo, debió tornarse familiar casi de inmediato, para que Juan Ramón
escribiera, veinte años después, “días como aquellos se viven pocas veces en la
vida”. A pesar de la diferencia de edad, Federico y Juan Ramón mantuvieron una
relación basada en la admiración mutua y en la sincera amistad. El escritor
Alfonso Alegre Heitzmann ha reconstruido, con precisión, esmero y detalle,
“aquellos días” que los dos poetas, geniales, andaluces y universales, escoja
usted el orden de los adjetivos, compartieron en el verano de 1924. Unos días
en los que Juan Ramón, Federico y Zenobia, no la olvidemos, compartieron poemas
y deslumbramientos, visitas y recuerdos, y también compañías, como las de
Manuel de Falla, Hermenegildo Lanz, Emilia Llanos o Ángel Barrios. También fue
el encuentro, y casi el hermanamiento, de las dos familias, que se entregaron a
la dicha de conocerse y recordarse, en unos días que casi pueden entenderse
como la noche con más estrellas que viviera el cielo poético español durante el
Siglo XX.
Patetismo: Un pájaro
teñido de negro que lleva un gusano de plástico en el pico.
El otro intruso que hoy quiero presentarles viene de la mano del autor roteño
Felipe Benítez Reyes, El intruso
honorífico, prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y
conceptuales del mundo. Como en el resto de su obra, este intruso tiene el
gusto por las palabras, la genialidad precisa y nada cansina, el pellizco, la
sabiduría y el enorme talento de Benítez Reyes, uno de los mejores autores de
cuantos contamos en lengua española. Un escritor que ha construido su propio
universo, más allá de la geografía, creando un discurso donde la belleza y la
ironía conviven en un apasionado y envidiado idilio. Pocos narradores manejan
el humor con tanta inteligencia, sin caer en la gracieta o en el gag. Coincido
con Felipe cuando señala que le encantaría que este Intruso honorífico fuera habitante semiperpetuo de las mesitas de
noche literarias, a modo de lectura entre lecturas y es que, como su propio
título indica, se trata de un bazar, que podría haber sido infinito, al que
podemos acudir en cualquier ocasión. Por esta obra, Felipe Benítez Reyes ha
obtenido el Premio Manual de Alvar de Estudios Humanísticos y Alfonso Alegre,
el Antonio Domínguez Ortiz de Biografías, por Días como aquellos, Granada, 1924, ambos galardones concedidos por
la Fundación José Manuel Lara.
No
tardó la Fundación José Manuel Lara en dejar de ser una intrusa cuando llegó a
Andalucía. Y estos premios y publicaciones citadas son buena prueba de ello. Y
no lo fue, o sucedió sin aparente esfuerzo, gracias al trabajo de un magnífico grupo
de profesionales, tan cualificados como persistentes en su labor y empeño,
capitaneados por Ana Gavín. Muchos autores le debemos mucho a esta mujer que
siempre se ha caracterizado por su elegancia, por el trato exquisito que nos ha
dispensado, y por su confianza y enorme respeto por nuestro trabajo. En ella
siempre hemos encontrado una aliada, un sabio consejo, una sonrisa, cariño y su
amistad. Quien ha tratado con ella, en cualquiera de los planos, humano o
profesional, sabe que no exagero y que estas palabras son más que merecidas, y
tal vez escuetas, en cuanto a reconocimiento. Porque se trata de eso que tan
raramente hacemos por no sé qué extraño pudor y que no es más que reconocer y
exaltar el trabajo de quien lo ha hecho más que bien, como ha sido el caso de
Ana Gavín. Que nunca fue, nunca será, una intrusa. Todo lo contrario, más bien.
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