Desde
que recuerdo, me fascina contemplar esas pequeñas plantas que crecen en una
grieta en el cemento, en la junta de dos baldosas, entre las tejas, expuestas
al sol, a la sequía, a la nieve, a la permanente extenuación. Admiro esa
capacidad de adaptación y, sobre todo, de supervivencia. Sobrevivir en un mundo
hostil, sobrevivir en el páramo, sobrevivir a pesar de todo. Sobrevivir a todo.
La Librería Luque, que recientemente ha cumplido 100 años, todo un siglo, desde
que abriera sus puertas por primera vez, bien puede considerarse como esa
planta, esa flor, que sobrevive y se adapta hasta al entorno más duro y cruel.
Porque la suya es una historia de resistencia, de vocación inalterable, sin
duda, pero también de asombro y de admiración. Una historia que se merecería no
una novela, no cualquier novela, todo un novelón, como poco, en consonancia con
todo lo acumulado en la ya gruesa maleta de su longeva existencia. Un joven de
Priego, Rogelio Luque Díaz, en 1919, tuvo la ocurrencia de montar una librería
en la Córdoba de la época. En un primer momento, la librería estuvo en la calle
de la Plata, por muy poco tiempo, tampoco fue mucho el que permaneció en Diego
de León, para ocupar a partir de 1923 y hasta los años 90 el emplazamiento por
el que más conocida fue, en la calle Gondomar. Rogelio Luque no fue nunca un
librero al uso, aunque también podríamos decir que fue mucho más que un
librero, hasta el punto que expresiones como como “activista o agitador”
cultural se le ajustan como un guante. Impresor, editor, articulista, impulsó
varias revistas y ediciones, y tuvo una presencia más que significativa en la
actividad cultural de la Córdoba de entonces.
Entre
sus amistades podemos encontrar a algunos de los intelectuales más significativos
y singulares de la época, como el escultor Enrique Moreno, Rafael Castejón o
Ángel López-Obrero. Como es de suponer, la represión franquista no tardó en
tildar a Rogelio Luque como peligroso o delincuente, ya que no dejaba de ser lo
contrario de lo que promulgan: un activista intelectual de izquierdas. En
agosto de 1936 fue asesinado, por “tener libros marxistas en su
establecimiento”, como burda explicación. Este hecho, lejos de acabar con el
sueño de Rogelio Luque lo impulsó, ya que su viuda, Pilar Sarasola, es la que
se hace cargo del negocio, hasta pasarle el testigo a sus hijos, Antonio y
Rogelio. Si la historia de Rogelio Luque merece ser reparada y dignificada como
se merece, otro tanto sucede con la de Pilar Sarasola: en un mundo de hombres,
solo de hombres, sacó adelante un negocio señalado por el franquismo, y lo hizo
sin renunciar al legado de su difunto marido, denominando el establecimiento
Viuda de Luque. Un establecimiento que contaba con el busto que le dedicó su
amigo Enrique Moreno, el Fenómeno, y que la mayoría hemos contemplado en
numerosas ocasiones.
Que
una librería abra sus puertas es un motivo para la esperanza, que permanezca en
el tiempo es casi un milagro, pero que cumpla un siglo es un auténtico hito que
tenemos que clasificar como histórico. Todos los que amamos la cultura en
Córdoba le debemos mucho a la Luque, su resistencia, el ofrecernos un espacio
de libertad, conocimiento y creatividad. Yo, particularmente, me he sentido
mimado en sus instalaciones: fue la primera librería que me colocó en su
escaparate y siempre he sido muy bien recibido, al igual que mis libros, y sé
que la mayoría de mis compañeros piensan y sienten lo mismo. En la despedida,
vuelvo a Rogelio Luque, ese librero que vino de Priego y que fue asesinado por
defender sus ideas o por respetar las ajenas, ahora que se solicita desde la
extrema derecha que el marxismo sea prohibido por ley o que las armas de fuego
estén a nuestro alcance. Un escalofrío me sacude hasta el dolor. No aprendemos
del pasado y tenemos la capacidad de involucionar, de retroceder, cuando
ejemplos como los de Rogelio Luque o Pilar Sarasola trazaron la senda por la que
ha de transcurrir el futuro, aunque sea abriéndose paso en las grietas del más
duro cemento.
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