Isà
al-Razi, un funcionario constante, paciente y voluntarioso de la corte del
califa al-Hakam II, entre junio de 971 y julio 975 redactó, casi diariamente,
todos los avatares, acontecimientos y circunstancias que contemplaba en el
califato. Hablamos del relato continuado, durante prácticamente cuatro años, de
una de las épocas de mayor esplendor de la Córdoba de los Omeyas, marcada por
las obras de ampliación de la Mezquita, por la consolidación de una de las más
imponentes bibliotecas de ese momento, con legajos procedentes de multitud de
países y culturas, y hablamos, muy especialmente del gran momento de ese
palacio enigmático y suntuoso, origen de mil leyendas, situado a solo unos
pocos kilómetros de distancia, llamado Madinat al-Zahra’. De estos mimbres, de
este documento excepcional, se vale el historiador Eduardo Manzano, uno de los
más prestigiosos especialistas en al-Andalus, de cuantos contamos, para trazar
y desarrollar en La corte del Califa,
que ha publicado la editorial Crítica, una milimétrica panorámica de un tiempo,
de una ciudad y de una expresión cultural, social y política tan fulgurante
como breve. Los anales escritos por al-Razi han sobrevivido al demoledor paso
por el tiempo gracias a una sucesión de circunstancias y personajes que bien
podrían protagonizar una nueva entrega de Indiana Jones, como poco, tal y como
detalla Manzano. El texto original fue refundido por Ibn Hayyân en la
composición de su nuevo Muqtabis, que
cabe entenderse como una antología de la narrativa de aquel tiempo. Una nueva
copia de este volumen, realizada por un autor desconocido, acaba en la
biblioteca de Constantina, propiedad de la familia al-Fakkün. A finales del
siglo XIX, en 1888 concretamente, el arabista español Francisco Cordera
descubrió este manuscrito, reelaborado, y consiguió que la familia propietaria
le cediera una copia, que el historiador depositó en la Real Academia de
Historia, ubicada en Madrid. Durante el siglo XX se llevaron a cabo dos
traducciones, al menos, del citado texto, con desigual resultado, hasta este
luminoso volumen, recién publicado, obra de Eduardo Manzano. Es decir, hablamos
de un texto que ha tenido un recorrido milenario y rocambolesco, hasta llegar
hasta nuestros días, para ofrecernos luz, mucha luz, sobre un tiempo que aún
sigue siendo muy desconocido.
Con
toda probabilidad, si se tiene en cuenta la datación y la posición de al-Razi,
escribió el detallado diario de esos cuatro años desde el mismo interior del
palacio de Madinat al-Zahra’ o dentro de los muros del alcázar de Córdoba. En
cualquier caso, hablamos de una atalaya privilegiada desde la que contemplar el
auge, esplendor y caída de lo que, tal y como se reitera en esta obra de
Eduardo Manzano, fue realmente un Estado, ya que contaba con todos los
elementos, capacidad y autonomía para ser considerado como tal. Y contaba,
sobre todo, con el poder. En muchos aspectos, cabe considerarse como una
maquinaria política muy bien engrasada. Y no solo política, también cultural o
socialmente, el califato omeya creó y definió sus propios ritos y definiciones.
Ninguna de las manifestaciones políticas que podemos encontrar en ese tiempo,
en la Europa occidental, alcanzaron tan nivel de orden, rigor y perfección,
como las ofrecidas por el califato cordobés. Al-Hakam II, con su resolutiva y
contundente puesta en escena en todos los actos que se celebraban en el Salón
Oriental de Madinat al-Zahra’, asumido a la perfección el papel de
hombre-Estado, tuvo la habilidad de establecer vías de comunicación e
intercambio con el exterior, especialmente con el Mediterráneo occidental, y
como muestra los que mantuvieron con Barcelona, Arlés o Narbona, entre otros.
Externalización que dio como resultado el florecimiento de un sistema comercial
muy fluido y de cuantiosas ganancias. Especialmente el oro, con toda
probabilidad dinares andalusíes, era el producto más requerido y valorado.
Llama
la atención, tal vez porque en demasiadas ocasiones contamos con imágenes y
concepciones preconcebidas, ya que relacionamos directamente líder todopoderoso
con cruel, que Al-Hakam II contara con una especial sensibilidad, cuando no
preocupación, por el bienestar de sus súbditos, tal y como desgrana Eduardo
Manzano, en La corte del Califa. Sin
embargo, y tal y como sucede en cualquier organización de considerable
dimensión, en la estructura creada por el Califa se cuelan traidores y
corruptos que utilizan su estatus para beneficio propio. Como se puede extraer
en la lectura de esta obra, hay rasgos de las estructuras políticas que se han
perpetuado en el tiempo, por lo que no debemos extrañarnos de su permanencia.
En cualquier caso, tal y como se nos muestra con todo lujo de detalles, es una
sociedad muy activa en todos sus estamentos, con una ciudadanía muy implicada y
bulliciosa. Con toda probabilidad, pocos textos nos ofrecen una imagen tan
nítida, tan concreta, tan al detalle, como en La corte del Califa, de Eduardo Manzano. Una obra que se
caracteriza por su amenidad y pedagogía, evidentes habilidades del autor, y que
es un estupendo y clarificador fresco de un tiempo de esplendor, leyenda y
fascinación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario