Subnormal, tonto, incapacitado, tarado, mongolo o
retrasado son algunas de las expresiones que hemos empleado, o seguimos
empleando, para definir a las personas que cuentan con una discapacidad
intelectual. Nada de lo que extrañarse, ya que a las personas con discapacidad
física las denominamos, porque seguimos haciéndolo, cojos, mancos, tuertos,
topos, tartajas, lisiados, tullidos o cualquiera más de esas palabras que
parecen sacadas de un hospital de campaña de la I Guerra Mundial, y puede que me
quede corto. Nos cuesta cambiar nuestro vocabulario y los argumentos, al
respecto, para no hacerlo, son de lo más peregrinos, y normalmente suelen
concluir en una reflexión parecida a ésta: lo digo sin maldad. Lo mismo que
digo maricón, maruja, puta, cojo, bollera, morito o subnormal, que las digo
todas sin maldad, y hasta con cariño, que todo el que me conozca sabe del palo
que voy. Otorguémosle a las palabras el valor con el que cuentan y utilicemos
las correctas, sobre todo cuando las correctas, las adecuadas, no cuentan con
matices estigmatizantes o segundas acepciones o interpretaciones, habitualmente
despectivas. ¡Y es gratis, no cuesta nada! Hablemos de incluir, insisto en la
belleza de la palabra que tanto y tanto empleo últimamente, porque las palabras,
que no dejan de ser la reproducción verbal de nuestros pensamientos y
emociones, son muy importantes y su elección o su ignorancia nos representan
exteriormente. Las personas con discapacidad han tenido que soportar
tradicionalmente no solo el peso de las palabras, también el de toda una
sociedad que los ha mantenido al margen. Ocultos, escondidos, en un pasado no
tan reciente, como malformaciones que no debíamos contemplar los supuestamente
normales. Arrinconados, ignorados, sin posibilidad de integración social, sin
concederles una sola oportunidad. Y es que con demasiada frecuencia, y me temo
que aún sigue sucediendo, el entorno social fue y es mucho más discapacitante
que la propia discapacidad.
Afortunadamente, gracias a la machacona pero necesaria
pedagogía de las entidades y de las instituciones la imagen de las personas con
discapacidad ha variado para una gran mayoría. No me cabe duda de que el camino
de la inclusión comienza con la educación, cuando son capaces de exponer sus
diferentes capacidades, porque el no poder acceder fue el gran muro que los
excluyó históricamente. Por su pedagogía, por su función normalizadora, es de
agradecer el éxito que está cosechando Campeones, la nueva película de
Javier Fesser, al que muchos descubrimos por sus delirantes cortos, por El
milagro de P. Tinto o por Mortadelo y Filemón. Y no era una empresa
fácil acometer esta película, ya que contaba con todas las papeletas para
acabar siendo un truño paternalista, falso, cuando no prototípico, como tantas
y tantas veces hemos podido contemplar en la pantalla. Y no, Campeones es
una película realista, sincera, divertida, vitalista, brillante por momentos,
humana, y esto no quiere decir edulcorada, emotiva, y esto no quiere decir
lacrimógena, que da protagonismo a la discapacidad, pero sin renunciar a
ninguna de sus realidades, tal cual es. Fesser ha combinado con maestría dos
elementos esenciales para firmar esta excelente película: por un lado su
particular concepción del cine y por otro haber tenido la inteligencia de hacer
partícipe a las entidades que representan a las personas con discapacidad, lo
que le ha reportado esa naturalidad que desborda Campeones. Y más que
acertada la canción de Coque Malla, ese grande de la música española que
siempre ha estado ahí –aunque muchos no se hayan dado cuenta.
No olvidemos que todos, sí, todos, contamos con
–algunas- capacidades y –bastantes- discapacidades, mírese. Más o menos
evidentes. Que pueden ser permanentes o temporales, un simple vendaje, por
ejemplo, o empujar un carrito, fíjese que tontería, ¿a que las aceras ya no son
tan accesibles? Por tal motivo, deberíamos contemplar la discapacidad con
absoluta normalidad, estableciendo más puntos de unión que de desencuentro. En
este sentido, la labor que realizan determinadas expresiones, ya sean sociales,
deportivas o culturales, como es el caso de Campeones, merecen ser
referenciadas y alabadas, ya que conjuga ese hermoso verbo que deberíamos
repetir a cada instante: incluir.
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