Pretender
que nada cambie, que todo siga siendo igual, que siempre todo siga
siendo igual, es la peor estrategia para enfrentarte al futuro y a tu
propia vida. Es colocar detonadores es las suelas de tus zapatos.
Hasta el más eléctrico y pasional amor juvenil muere, acaba
despeñado en el abismo del desamor, si no muta con el tiempo, si no
se transforma en amor adulto, en otro tipo de amor. Cambiamos,
afortunadamente, sí, afortunadamente. Nos construimos, o nos
deformamos, también es posible, a lo largo de los años y sus cosas,
y a través de las personas que nos rozan, y como ese pez anaranjado
y monótono nos adaptamos al tamaño de la pecera que nos acoge. Las
ciudades también cambian, mutan, o tal vez sería más correcto
decir que deberían cambiar. Las ciudades deberían ser cada vez más
integradoras, más cómodas para una amplia mayoría de sus
habitantes. Y no me refiero solo, que también, a sus avenidas,
colegios, centros comerciales, recursos sanitarios o a su mobiliario
urbano. Las personalidades de las ciudades, sus estándares sociales,
también cambian, deben cambiar, aunque sigan manteniendo sus
características peculiaridades, todo es posible. Durante demasiado
tiempo, demasiado y demasiado tiempo, hemos pretendido que nada
cambiara en Córdoba, absolutamente nada, y hasta hemos echado de
menos no despertarnos cada mañana con una lata en la mano para regar
los geranios de nuestro patio de vecinos. Convertimos nuestras señas
de identidad en un duro caparazón con el que aislarnos del exterior,
y aún no sé si por miedo, desconfianza o desconocimiento, o por una
mezcla de todo. Conseguimos, consiguieron, que algunas generaciones
de cordobeses no se sintieran cómodos en la denominación de origen
que vendían con ignorante orgullo, como si se tratara de una marca
que cotiza en el mercado de las emociones, siempre a la baja. Cuando
hay que huir de la ‘retórica gastada’ porque esa ya está mil
veces escrita.
Pablo
García Casado pasará, y quedará, como un renovador de la poesía
porque definió una poética propia para contar asuntos que la poesía
ya había contado, pero que no había contado con la visión,
percepción, del hombre actual. Pablo renovó la poesía, la
‘retórica gastada’, no se conformó con contarlo como ya lo
habían contado anteriormente, tantas y tantas veces. Y el pasado día
17, en el Alcázar, del mismo modo, renovó el pregón, que es un
género más complicado de lo que uno podría llegar a imaginar, y es
que corres el peligro de que tres líneas después tu pelo blanquee y
no precisamente porque se te ha llenado de canas, que también. Pablo
pronunció un pregón conciliador, inclusivo, qué hermosa palabra,
dando voz y luz, protagonismo, a más de una generación de
cordobeses que no nos hemos sentido identificados con esa
denominación de origen del pasado, porque simple y llanamente no la
hemos vivido. Cordobeses que no nos hemos criado en las tabernas, que
no sabemos jugar al dominó, o sabemos poco, que nunca hemos sentido
Fátima o Ciudad Jardín como elementos extraños, que sabemos que
las leyendas tan nuestras también son leyendas de Granada, Cádiz o
Tarragona, porque tenemos conciencia de que el mundo no termina en El
Higuerón, porque, y tomando prestadas palabras del poeta, no creo
que haya nada que nos haga diferentes a todos los seres humanos de la
Tierra. Y contextualizar a Córdoba en ese amplio mundo es una
lección que todos deberíamos aprender, pero desde la naturalidad,
no sintiéndolo como un desafío o una competición.
El
poeta vino a decirnos que se puede ser cordobés de muy diferentes
maneras, y que todas esas maneras son absolutamente válidas, ya que
nadie tiene en propiedad el patrón y quien así lo considere está
despreciando al resto. Tenemos que agradecerle y mucho a Pablo García
Casado su pregón porque es el discurso de una nueva Córdoba, porque
como antes mencionaba las ciudades también son las personas que las
habitan, y que todas tengan y tengamos voz es el gran objetivo,
porque de este modo cada día seremos más construyendo sociedad.
Hablemos de incluir, ese hermoso verbo que deberíamos conjugar en
todas sus formas, especialmente en sus tiempos presentes y, sobre
todo, futuros. Eso es lo que hizo Pablo García Casado el pasado día
17, incluirnos a todos, construir sociedad.
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