Siempre he encontrado similitudes entre la cinematografía de Martin Scorsese y la literatura de Tom Wolfe.
A su manera, ambos creadores, llevan varias décadas mostrándonos el
esplendor de la bestia, la gloria de las alcantarillas, el lado oculto, las miserias y bajezas, y, sobre
todo, los excesos de su querido y detestado país. Maestros en la
“radiografía documental”, a través de sus palabras e imágenes nos han
mostrado y analizado los últimos años de los Estados Unidos sin
alabanzas gratuitas, desde la asepsia en algunos casos, sin esconder las
heridas, la bilis y el veneno, observadores privilegiados de la
realidad cotidiana, más allá de las alfombras rojas, las sonrisas
nacaradas y los estereotipos de cartón piedra.
Esta similitud que yo aprecio aumentó con la coincidencia en el tiempo, al menos aquí en España, con la publicación de Bloody Miami, la última novela de Tom Wolfe y el estreno de El Lobo de Wall Street,
en fechas relativamente cercanas, en las salas de cine. En ambas obras
nos muestran casi desde la hipérbole, visual y literaria, los excesos de un
mundo que se derrumba, como consecuencia directa, y perdón por la
repetición, de una época excesiva. Una época que ahora sabemos que fue
mentira, o que fue la mentira que construyeron entre unos pocos para
quitarnos prácticamente todo.Esa mentira que nos estamos volviendo a contar.
Lo primero que desprende Bloody Miami es pulso, tensión,
ese contar situaciones que parecen anodinas pero que nos sirven para
comprender y asimilar el gran fresco, la gran fotografía, que nos ofrece
su autor. Es decir, Bloody Miami nos muestra al Tom Wolfe
de siempre, el que nos deslumbró con su Hoguera de las vanidades, y que
no dejaba de ser una actualización de Las ilusiones perdidas de su
adorado e idolatrado Balzac. Porque Tom Wolfe tiene mucho de Balzac,
en esa desmitificación de la literatura como ente sagrado, en encontrar
en la rutina de hombres rutinarios el argumento de sus novelas, en
elevar la realidad como indiscutible hecho narrativo.
El homenaje, por tanto, de Wolfe a Balzac continúa en Bloody Miami,
más allá de los guiños, de los nombres que le adjudica a diferentes
locales y personajes: en la intención, en los modos, en la estrategia.
Empeñado en radiografiar la sociedad que le ha tocado vivir, como ya
hizo en sus anteriores “paradas” en Nueva York y Atlanta, ha encontrado
en Miami la concepción de esa nueva América mestiza, alocada,
trasnochada, carente de valores, obsesionada en la posesión, el poder y
el dinero como los auténticos méritos y signos que te reportan el
deseado status social.
En este Miami de Wolfe el gringo blanco, conservador y estricto
es una especie en vías de extinción, y desde luego ya no es el gran
protagonista. Ha sido desbancado, incluso arrinconado, por los magnates
rusos, los latinos plenamente instalados que han hecho de la ciudad su
propia ciudad, los nuevos hombres de negocios que manejan un lenguaje
que no se parece en nada al del pasado y el lujo versallesco y canalla
que se desparrama como la espuma de un champán que solo se encuentra al
alcance de los elegidos.
A pesar de la avalancha de onomatopeyas, excesivas en algunos pasajes, Bloody Miami nos muestra a un Wolfe
empeñado en contradecir a su propia biología, actual, certero,
brillante, cruel por momentos, siempre irónico e inteligente. Fotografía
de un realismo atroz, definición precisa del exceso y de sus
inventores. No me cabe duda, de que Wolfe habría sido el autor perfecto para escribir esa novela que el Detroit actual, apocalíptico y fantasmagórico, se merece. DEP.
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