Si tuviera esa manía tan extendida de subrayar los libros
y que no tengo porque me recuerda a mi época estudiantil que tanto aborrecí y
aborrezco, tendría que haber trazado una sola línea, que tendría que haber
recorrido de principio a fin las casi 500 páginas de Trilogía de la Guerra,
de Agustín Fernández Mallo, la novela con la que ha conquistado el prestigioso
premio Biblioteca Breve. Una obra, crepuscular, que va a entusiasmar a sus
lectores de siempre y que le va a reportar, con absoluta certeza, un sinfín de
nuevos lectores. Y es que Trilogía de la guerra es un maravilloso y
fastuoso artefacto no solamente literario, también lo es antropológico,
artístico o científico, que lo abarca casi todo, del hombre de Neardental a una
bolsa de Kentucky Fried Chicken, de las Meninas a una canción de
Sparklehorse, de las pinturas en las cavernas a una imagen en tres dimensiones.
Y no por ello deja de ser una novela muy asequible, gracias a la habilidad, al
inmenso talento de Agustín que lo cuenta todo muy bien, de una manera muy
pedagógica, demostrando que la Literatura no tiene que ser un ámbito complejo o
áspero para el lector. Es Trilogía de la Guerra, y es algo que cuenta, y
mucho, en el haber de esta novela, un espléndido elogio de la ficción. Yo he
leído la obra de Mallo como si todo lo que sucede, como si todos sus
personajes, fueran reales. Todo me lo he creído, todo lo entiendo como posible,
de principio a fin, y esa es la mayor habilidad que tal vez puede tener una
novela: envolver la ficción con la naturalidad de la realidad. Y lo hace, lo
logra, a través de una galería de personajes con personalidades muy marcadas,
con los que no tardamos ni un segundo en empatizar, a pesar de las evidentes y
manifiestas diferencias que podamos encontrar con ellos; y lo hacemos a través
de la interminable sucesión de historias que nos encontramos, una detrás de
otra, como una red que se extiende de un lado a otro, en constante crecimiento
y movimiento.
A cualquier expresión artística, de una canción a un
poema, le pido, o me conformo, escoja, que me emocione, y Trilogía de la
guerra me ha regalado muy diferentes emociones: he sonreído, he llorado y
he reído a carcajadas, hasta con lágrimas en los ojos, leyéndola. Me encantaría
poder reproducir algunos de esos delirantes pasajes, pero la solidaridad con el
posible lector me lo impide. También me ha regalado un buen puñado de sueños.
Ha comentado Fernández Mallo en alguna de las muchas entrevistas que ha
concedido en las últimas semanas que sea cual sea el formato de la obra a la
que se enfrenta siempre lo hace desde la poesía, sintiéndose poeta. Algo que
demuestra en Trilogía de la guerra, que en gran medida se puede
considerar como un inmenso poema que estira y estira, hasta el borde del
absurdo, hasta situarlo en un punto nuevo, que ha descubierto el escritor
gallego, y en el que despliega toda su magia. Indicaba anteriormente que Trilogía
de la guerra es una obra pedagógica, y lo es porque se trata de una
magnífica radiografía del mundo que nos ha tocado vivir, así como un homenaje a
las grandes referencias culturales de los últimos cien años, a través de
algunos de sus más ilustres personajes, Lorca, Sebald, Dalí, Einsten, Marx,
Ginsberg o Borges, o a través de sus manifestaciones, como pueden ser el realismo
mágico, la literatura de viajes o el diario.
Es Trilogía de la guerra una novela
tremendamente optimista, vitalista. Agustín, a través de sus páginas nos
muestra que el mundo que tenemos, a pesar del ruido de fondo, a pesar de sus
miserias, a pesar de las dolorosas y trágicas migraciones, a pesar de Trump,
Putin, Berlusconi y demás, es el mejor mundo que el hombre ha conocido. Y solo
por eso, tal vez sea bueno mantener viva la llama de la memoria, y recordar ese
ayer horrendo donde el ruido de fondo lo constituían las guerras. Igualmente,
es una novela que tiende a la universalidad, que cuestiona los nacionalismos
fanáticos, ya que nos habla de un mundo en red, interconectado, global. Pero
por encima de todo, es Trilogía de la guerra una obra que reivindica la
literatura, el poder de la palabra escrita, y que disfrutará cualquier lector
que acceda a ella sin ningún tipo de prejuicio, como quien toma asiento en una
de esas atracciones en las que no sabes lo que te vas a encontrar al siguiente
metro. Un viaje apasionante.
El Día de Córdoba
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