Es tremendamente complicado escribir algo con sentido,
medianamente original, interesante, sobre Rafa Nadal, porque seguramente ya se
ha dicho y escrito todo. Por eso, si
comienzo con aquello de que con Nadal se acaban los adjetivos, no hago más que
repetir algo que se ha escrito y dicho ya demasiadas veces, pero que no deja de
ser verdad, por otra parte –aunque ya se haya dicho y escrito tantas y tantas
veces-. En gran medida, Rafa Nadal es el dinosaurio del microcuento de Monterroso,
ese héroe sistemático que perdura y perdura como una de aquellas pilas
alcalinas que anunciaba el conejito. Siempre está ahí. Aunque no siempre haya
estado ahí, porque Nadal también ha padecido su invierno, su travesía por el
desierto, recordemos ese 2015 en el que apenas mordió el oro. Y siguió siendo
el más grande, sí, porque nos demostró lo que es saber perder, apropiándome,
ahora que está tan de moda, del título de la novela de David Trueba. Y para
alguien que está tan acostumbrado a ganar, tan acostumbrado hasta convertirlo
en una rutina, saber perder no es una fácil lección, no es una lección
cualquiera. Recuerdo ese año de Nadal con una cierta amargura, la coronilla
comenzaba a aclararse, dejaba de ser ese chaval que habíamos conocido, para
convertirse en el hombre adulto actual, y perdía y perdía y volvía a perder,
como si el romance que había mantenido con la pelota hubiera concluido en la
peor y más violenta y tormentosa de las rupturas. Derrotas antes inimaginables
ante el número 124 o el 87 del mundo, derrotas antes esos rivales que antes
pulverizaba con solo dos raquetazos, una mirada y medio mugido. Nada le salía.
A esto se le unía una sucesión interminable de lesiones, de todo tipo,
renuncias a torneos por tal motivo, que más de uno llegamos a pensar que eran
de origen mental, como consecuencia de un mal momento anímico o similar.
Durante algo más de un año dejó de ser el dinosaurio que protagoniza el
microcuento eterno y maravilloso de Augusto Monterroso.
Y claro, los agoreros, los cenizos de siempre, los especialistas en
todo, pusieron sobre la mesa esa gran teoría que han construido a lo largo de
los años sobre Rafa Nadal: es un jugador que depende en demasía de su físico,
porque lo que se dice técnica, pues eso, no es comparable con... y patatín
patatán. Esa teoría la hemos escuchado en demasiadas ocasiones, y muchos de los
que la pronunciaban parecían esconder un deseo, una especie de anhelo, no sé
cómo definirlo, porque ese momento llegara. Y lo cierto es que pareció llegar,
en ese 2015 terrible en el que Nadal, como ese novelista que se enfrenta a la
pantalla en blanco tras haber escrito... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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