Nos hemos creído a pies juntillas lo de la sociedad de la
información y nos creemos en el derecho, algunos hasta en la obligación, de
saberlo todo. Pero todo, absolutamente todo. Y todo, lo que se dice todo, nunca
lo sabremos, y yo me alegro de que sea así. Una vida sin misterios, sin ángulos
muertos, una vida transparente, como cuenta Loriga en su última novela, Rendición,
no me estimula. Es más, me repele, fatiguita que me entra. No la quiero. Y
queremos saberlo todo, tal cual, la literalidad de las cosas, con su libro de
instrucciones incluso, y es que tampoco queremos interpretar nada, que nos lo
cuenten de principio a fin. Qué combinación más aburrida, tediosa, qué le
dejamos a nuestra cabecita, entonces. Rempláceme el cerebro por un disco duro,
y con muchos GB, ya puestos a almacenar. La llegada de la abstracción a la
pintura puede que acelerara este proceso de incomprensión voluntaria. No lo
entiendo, gritamos, reivindicamos, y es que puede que no haya nada que
entender. ¿Por qué hay que entenderlo todo? ¿Por qué todo se tiene que ajustar
a un corsé, a un patrón, seguir un esquema? La vida, y muy especialmente la
cultura, no es la caja de una sucursal bancaria que tiene que cuadrar al
céntimo cuando la jornada termina. Disfrute lo que ve, interprete, lo que le dé
la gana interpretar, disfrute la canción. Oh, las canciones.
No sé si por moda o por casualidad, en los últimos meses
no ceso de escuchar interpretaciones, investigaciones y hasta sesudas
disecciones de esas canciones que más nos han marcado por tal o cual motivo y
que conforman la escaleta de la banda sonora de nuestras vidas. ¿Qué querían
decir los Beatles en Lucy in the sky with diamonds? ¿Un viaje lisérgico,
un amor no correspondido, un desvarío, en realidad no quiere decir nada? Qué
más da, disfruto y amo esa canción, y las interpretaciones las dejo en todas
las emociones que albergo cada vez que la escucho. Y El muro de Pink
Floyd, que por cierto es una de sus canciones menos brillantes, qué quiere
decir, qué representa. Y una interminable retahíla de interpretaciones a
continuación, del erudito y del analista de tres al cuarto. Puede que como
directa consecuencia del apogeo y fulgor que vive el género negro en la
actualidad, la obsesión por desentrañar las entrañas de las canciones roza
cotas detectivescas, profundas investigaciones que bien podría protagonizar Sam
Spade o la mismísima Clarice Starling. Siguen buscando a la “chica
de ayer” que inspiró la mítica canción de Antonio Vega y han enviado a una
pareja de investigadores a La Habana para que encuentren a la auténtica Flaca,
la que protagonizó la célebre canción de Jarabe de Palo –¡Pau, mucha fuerza!-.
Que Paco Lobatón busque a Lucía, la que inmortalizó Serrat, y a la que
tantas y tantas niñas le deben su nombre. ¿Quién es realmente John Boy,
que estoy que no duermo? Y de paso que busquen a la María de Ricky
Martín y hasta a la Macarena de Los Del Río. ¿Por qué ir a Soria y no a
Berlín? ¿De verdad Jagger y Richard mantuvieron un encuentro con el Diablo? Que
alguien me explique eso de la lluvia púrpura, que yo nunca la ha visto.
¿Lou Reed lo decía en serio o era una metáfora? Libro de instrucciones para
entender Insurrección de El último de la fila, que lo que me han contado
no me gusta.
Dicen que San Agustín lo intentó, entender todo o entender lo más
complicado, y se quedó contando los granos de arena de una playa, y ahí sigue
el pobre con su tarea, menos mal que le pusieron un chiringuito. Los
espectadores que acuden a ver la actuación de un mago se dividen en dos: los
que intentan descubrir, a toda costa... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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