Se ha comentado mucho durante la pasada semana, ha
causado un cierto revuelo, el anuncio de retirada del actor británico Daniel
Day-Lewis. Sí, el de Mi pie izquierdo, el de Pozos de ambición,
sí, ese mismo. A los 60 años, que muchos consideran como una edad más que
estupenda para la interpretación, el célebre y oscarizado actor ha anunciado en
una entrevista a un medio de comunicación que se va, que lo deja, y que lo hace
por motivos personales. La coletilla “motivos personales”, no solo para los políticos,
es un enorme desván en el que cabe todo y algo más, un Maracaná de
circunstancias y justificaciones, al gusto. Por lo visto no es la primera vez
que Day-Lewis se retira, que ya lo hizo otra vez, lo mismo acaba convirtiéndose
en un Ortega Cano de la interpretación, quién sabe, el tiempo lo dirá. Deja un
película sin estrenar, que habrá de entenderse como su epílogo cinematográfico,
así como 20 títulos a lo largo de su trayectoria, que tampoco son tantos si
tenemos en cuenta que debutó frente a las cámaras siendo un niño. La verdad es
que nunca ha sido Daniel Day-Lewis ese reclamo en el cartel que me sedujera o
que me incitara a decantarme por una u otra película. Es más, he contemplado y
sigo contemplando esos tres Oscar con recelo, con mucho recelo, sobre todo si
me acuerdo de Tracy, Grant, Brando, Olivier, Mastroianni, Bogart, Pacino,
Fernán Gómez o Sacristán, por poner solo unos ejemplos, infinitivamente
superiores, para mi gusto, y no solo me refiero al talento, también en
atractivo. Y es que de una estrella del celuloide también esperamos, como poco,
que nos seduzca, y Lewis nunca me ha seducido, es que ni me ha guiñado un ojo.
Gustos aparte, nos llama la atención que alguien relacionado con la
creatividad, con la cultura, anuncie su retirada, como si fuera algo tan solo
aplicable a los deportistas, a los toreros, a los montañeros, yo qué sé, a
todos aquellos que realizan una actividad relacionada con el esfuerzo, con lo
físico, y que la edad, queramos o no, por mucho que Aznar se empeñe en lo contrario,
va mermando.
Y tal vez, como les sucede a los futbolistas, que
ya no esprintan por la banda, que son incapaces de saltar a la misma altura que
los más jóvenes, los que nos dedicamos a cualquier manifestación artística
también contemos con una fecha de caducidad, esquilmado el potencial que
guardábamos en el interior. Imagino que son numerosos los ejemplos en cualquier
ámbito, pero en el literario es muy frecuente toparte con ese escritor que
repite una y otra vez la misma novela, como si fuera un oficinista de su propia
creación. O con aquel otro que solo ofrece títulos trampas, sin riesgo alguno,
carentes de toda emoción, por tanto, por mero trámite, con el único aliciente
–que no es poco- de seguir pagando la hipoteca y el colegio de sus hijos, institucionalizado... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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