Aún sonríe cuando lo recuerda, y es que no ha pasado
tanto tiempo aunque con frecuencia ella misma piense que se trate de demasiado
tiempo. El peso de los días, gramos o toneladas, según, depende de las
emociones albergadas en cada uno de ellos. Madre de dragones, escribió
en el perfil de su cuenta de WhatsApp. Fue un martes por la noche, justo
después de ver el episodio seis de la quinta temporada. O tal vez fuera la
cuarta, la sexta seguro que no, y puede que se tratara del séptimo episodio. No
recuerda con exactitud el episodio, ni el número ni la temporada, pero sí que
recuerda perfectamente ese martes con formas de lunes lluvioso y tormentoso, y
eso que fue un cálido y luminoso martes de primavera. A continuación tendió el
uniforme del supermercado en el que trabaja, turno partido, fines de semana
incluidos, todo el fin de semana en verano. Hay noches en las que regresa cerca
de la medianoche. Muy cansada, desfallecida. Somos las Señoras de
Invernalia, pero al revés, repite a sus compañeras en la parte trasera del
supermercado, en la entrada de los camiones, mientras se fuman un cigarrillo.
Sus dragones, doce, ocho y seis años, por fin dormían, las deportivas
desparramadas a los pies de la cama, los Siete Reinos transformados en
un solo y pequeño espacio indómito, mezcla de desorden y de fantasía. Cuando
acabó de ver el episodio se fumó un último cigarrillo en el balcón, con la
vista puesta en la calle, solitaria, callada. Desde ese mismo balcón, en esa
misma calle, lo vio alejarse una mañana, sin ejército, a la que fue su mano
derecha durante tanto tiempo, el mismo día que comenzó el Invierno.
Antes de que se levantase el gran Muro del Norte entre ellos, antes de
que el Fuego Valyrio lo arrasase todo, reduciéndolo a cenizas, la suya
fue una relación de hielo y fuego, de algunos –demasiado pocos- días de
primavera y larguísimas noches de otoño, a ratos feliz, o lo que ella entiende
por felicidad, que es un concepto que, cada día, nos forjamos para sobrevivir.
Mientras yo hablo en Dothraki, tú parece que
solo dominas el Skroth, le dijo él. Pero el Skroth no es
realmente un idioma, según pudo saber después, es el sonido del hielo cuando se
rompe. Jamás podría haber esperado escuchar algo así, del que habría sido el Guardián
de sus noches, el compañero de tantas batallas. Jamás habría esperado tantas y
tantas cosas de él, que sucedieron. Deberías teñirte del pelo de rubio,
le dijo su hija mayor, no hace tanto. Claro, y dejármelo más largo, es lo
que me faltaba, le respondió ella, y durante unos minutos no pudo dejar de
reír. Madre de dragones, reina de su soledad, sustento de sus hijos, templo de
las caricias, esclava de sus circunstancias, luz en la oscuridad, bálsamo del
llanto, correctora de deberes, costurea de uniformes maltrechos, trabajadora
incansable, gobernadora de los reinos más oscuros de su corazón. Algunas
mañanas, nada más despertar, mientras toma ese primer y solitario café antes de
despertar a sus hijos... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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