Ni el de Sara carbonero e Iker Casillas, ni el de
Harry cuando encontró a Sally, ni el de Jack a Jessica, cuando el cartero
golpeó la puerta por segunda vez, como bien indica mi amigo Ángel, a Klimt le
ha salido una dura competencia, con el beso David y Gregor. Se los presento,
son la pareja que decidió besarse frente a la manifestación de neofascistas -o
cómo se definan esas bestias- que recorrió las calles de Madrid la pasada
semana. Un inciso, detesto esa definición que define a estos grupos de vándalos
como neofascistas o neonazis. Nada de neos, son nazis o fascistas, tal cual, no
suponen nada nuevo, son lo mismo de siempre, con el mismo odio a espuertas, con
la misma intolerancia, con la misma violencia, los de siempre, sí, y ahí
siguen, por desgracia para todos. Retomo. David y Gregor, que son dos hombres,
heridos, como lo estaríamos cualquier persona de bien, ante los gritos que
proferían estos desalmados, fuera extranjeros, España para los
españoles y toda esa retahíla de lemas para ignorantes, respondieron
exhibiendo su amor, besándose. Un beso largo y nervioso, apasionado, orgulloso
de su exhibición. Un beso entre maricones, sarasas, sidosos, hijosdeputa,
nenazas, guarras, asquerosas, putas, que es la jerga que emplea la canalla,
tan cortitos de vocabulario, entre otras muchas cosas, cuando tratan de
descalificar todo lo que no entienden, que es mucho, claro. Un beso
interrumpido por esa oficialidad de otro tiempo, que confunde la naturalidad
con la provocación, el amor con la trasgresión y la libertad con la intimidad.
Qué ironía, cruel ironía, la calle plagada de energúmenos profiriendo gritos
xenófobos, exhibiendo toda clase de símbolos anticonstitucionales, y la policía
dirige su atención hacia dos personas que se besan. Nada de lo que extrañarnos,
después de que hayamos sabido que la infelizmente célebre Ley Mordaza se le
aplica a una chica que portaba un bolso con una siglas de las que desconocía su
significado.
Me escuecen demasiado estos sucesos que siguen
produciéndose a estas alturas del partido. Y me alarman, me asustan. Es miedo,
sí, lo que siento. Sí, me escuece que los tolerantes tengamos que serlo con los
intolerantes, para que no se molesten, para que no se sientan agredidos,
mientras que ellos no tienen ningún reparo en agredirnos y molestarnos a los
demás. Me escuece esa vieja moralidad que siguen tan presente aún en nuestro
país, y que nos invita a comulgar con ruedas de molino por preservar la
supuesta tradición, lo de toda la vida, vaya a ser que alguien se dé por
aludido. Para no herir esas sensibilidades que son tan insensibles. Me escuece... sigue leyendo en El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario