Hay días y días. Y hay otros esos días, más bien pocos,
pero que celebramos y festejamos, y puede que no degustemos, como si fueran
muchos. No son tantos, no. Y luego están esos días, ya sabe usted, días
encabronados, irascibles, de cuerno retorcido y vinagre en el aliento y mala
leche a espuertas. La pasada semana tuvimos uno de esos días, o por lo menos lo
fue para mí. Menos mal que no fue lunes, que ya habría sido rizar el rizo de lo
canalla, y eso que de esos días ya tenemos unos cuantos acumulados. Media
España enfadada por la lista de Del Bosque, ya ves tú el problema. Que si
faltaban Navas, Costa o Torres, y que si sobran Casillas, Bartra o Cesc. Esas
cosas tan trascendentales por la que nos cabreamos tanto y las redes sociales
explosionan como una nueva supernova de bilis y rabia. Como si la vida nos
fuera en ello, como si alguien hubiera puesto en duda el honor de los nuestros,
como si yo qué sé. Yo creo que faltó organizar un change.org, aunque
tampoco quiero dar ideas, que me temo lo peor. Pues se habrá equivocado o
acertado según acabemos en la Eurocopa, así de simple y así de fácil. No
necesariamente los mejores jugadores hacen el mejor equipo, y que se lo
expliquen a Florentino, como tampoco nadie quiere colocarse bajo el aguacero sin
su paraguas o chubasquero correspondiente. Más o menos. Y que conste que aquí
el que escribe siempre ha contemplado más a Del Bosque como el perfecto monitor
en un campamento de verano para adolescentes que como estratega futbolístico,
aunque puede que se trate de eso. Solo eso. Escribir el nombre de once
jugadores en la pizarra y ponerlos a jugar. Y que suene el timbre que anuncia
el recreo.
Ese mismo día, de cisma nacional, otra vez las dos Españas pululando en
los feisbuses y demás enredos virales, nos enteramos de algunos nuevos
detalles del tal Granados y del tal Marjaliza. Vaya pareja de dos. El megahombre
de Esperanza Aguirre, ese señor con aspecto tan formal, tan maqueado siempre,
cada rizo puesto en su sitio, gomina a tutiplén, por lo visto, y según cuentan,
se metía en el bolsillo unos cuantos miles de euros cada vez que vendían una
vivienda. Hablamos de aquellos buenos años, sí, de aquellos, los años buenos,
los de la hipoteca ampliable y el carro con más extras que una película de
romanos en la puerta del pedazo de adosado con piscina y césped artificial.
Esos años. Esos años en los que nos inocularon la droga de la posesión, tanto
tienes tanto vales y si no tienes, taco gordo mejor, eres un paria como poco, y
te como porque me toca. Esos años, sí. Esos años en los que miles de euros,
millones... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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