Para un cordobés junio no es, precisamente, una
buena noticia. A pesar de los mundiales y eurocopas vividas. Y es que
hemos vivido o soñado mucho en mayo, que para los cordobeses es lo
mismo que para los sevillistas la Europa League. También vale el
ejemplo de los madridistas y la Champions. Un espacio familiar, de
agradables e intensos recuerdos. Mayo es mucho, mucho y más, tanto
que puede llegar a ser un desmayo, casi nunca un remanso. Juegos de
palabras, que las palabras también están para eso, y para mucho
más, aunque todavía haya quien no lo haya comprendido. Hablando se
entiende la gente, dicen, y qué poco lo practicamos. En mi época
estudiantil odié todos los junios que viví y padecí. Todos, sin
excepción. Entregado con desmesura a mayo y todas sus programaciones
y manifestaciones, y también a sus desmayos, junio no era solo el
cruel mes de los exámenes, repescas y selectividades varias, también
suponía asimilar que lo bueno, que es una acepción muy limitada y
delimitada en la juventud, había acabado por ese año. Como escaso
aliciente, el posible y calino tiempo libre entre ventiladores y
aires acondicionados y el cine de verano. Sesión doble: Pajares y
Esteso. Recuerdo una ciudad fantasmagórica, de amigos que
desaparecían hasta septiembre, perdidos en Trassiera, el Brillante o
en Fuengirola, aquellos lejanos paraísos que ningún Google Map me
señalaba en el mapa. Días largos y lentos, así fueron los primeros
junios que recuerdo, y puede que injustamente esa definición haya
crecido en mi interior hasta instalarse como una verdad absoluta.
Pero no existen las verdades absolutas, y hasta puede que las
relativas cuenten con demasiado margen de error. Junio era esto, sí,
justamente.
Puede que en uno de esos desérticos y desoladores
junios comenzara mi afición lectora. En la biblioteca provincial,
calle Capitulares, yo me sentía como Daniel, ese niño en El
cementerio de Libros de Olvidados que nos cuenta Ruiz Zafón en
La sombra del viento. Recorría los desiertos de Arabia junto
a Tintín, sentía la espada del Príncipe Valiente en mi mano o
viajaba rumbo a América junto a Kafka. Tal vez no sean tan malos los
junios, si me detengo un instante a pensarlo. Esos junios en los que
conocí y viví otras fases de ascenso más light, aunque
igualmente intensas, que las actuales. De Valdepeñas a Cartagena,
geografía blanquiverde. Volvemos a tener la posibilidad de regresar
a la élite o como se quiera llamar a esa Liga de Ronaldos y
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