Pocas
cosas nos unen como país, y creo que no hace falta decir nada más, visto lo
visto. El deporte es una de esas pocas cosas. En las últimas semanas nos hemos
vuelto a asombrar y a emocionar con las gestas de nuestros deportistas. Especialmente
con las de Rafa Nadal y con las de la Selección Española de Baloncesto. Dos
iconos del deporte, pero también de la superación y de la constancia, que
curiosamente coinciden en una peculiaridad que alarga aún más sus leyendas: son
personas normales. Algo tan difícil de encontrar en la élite, sobre todo si los
comparamos con otros deportistas, con los grandes nombres de nuestro seguido y
apasionado fútbol, tan repleto de extraterrestres (no como elogio, claro),
insaciables en su ego, obsesionados con amasar dinero, en multitud de
ocasiones, tan de pose, tan fingidos, tan marca de ellos mismos que ya no saben
dónde han escondido lo que una vez fueron. Cuando los ves firmar autógrafos o
posar con los aficionados, las estrellas futbolísticas me recuerdan a las
“manos blandas” de multitud de políticos, monarcas y demás mandatarios, ese no
estrechar nada, ese no compartir ningún sentimiento, tan solo cumplir con el
trámite. Hablando de manos, la mayoría sentimos un pellizco cuando contemplamos
aquellas manos ensangrentadas de Nadal no hace tanto, cuando comenzaba a salir
de aquella temporada horribilis que
muchos entendieron como el principio de su fin. Es todo físico, volvieron a
repetir, cuando cumpla años ya no estará en la élite, argumentaron de nuevo.
Pero Nadal, como el dinosaurio de Monterroso, es su versión tenística, no me
cabe duda, sigue estando ahí, inabarcable, infinito, inmenso. En cada nuevo
partido, en cada nuevo torneo y punto que compite nos vuelve a ofrecer esa
lección que lleva repitiendo y aprendiendo desde la infancia. El tesón, la
constancia, el empeño tienen su recompensa, pero no puedes desfallecer, no
puedes alejarte del camino que te has marcado.
Hay una meta, todos tenemos una, no es necesariamente la misma, indiscutiblemente, pero todos podemos alcanzarla. Este Nadal maduro, con entradas, con algunas arrugas, es aún más heroico que el jovencito gladiador que recorría las pistas como una manada de rinocerontes. Mantiene la tensión y la concentración como ninguno, no hay bola perdida, no hay puntos basura, cada gramo conforma la gloria y no los deja escapar. La mayoría de estas afirmaciones también nos sirven para definir a la Selección de Baloncesto. Llegaron al Mundial con el cartel de meritorios, a secas, pensando en una medalla, como mucho, sin grandes presiones, tras una clasificación larga, pesada y extraña. Sergio Scariolo Smontó un equipo en el que combinaba a la perfección veteranía y juventud, seguridad y riesgo, ambición con hambre, y no se equivocó, todo lo contrario. Durante dos semanas nos han hecho vibrar y disfrutar, nos han levantado del asiento en más de una ocasión y nos han provocado afonías y taquicardias, sobre todo en esa semifinal agónica contra Australia que consiguió que la duración de los desayunos en los bares batiera récord históricos.
Hay una meta, todos tenemos una, no es necesariamente la misma, indiscutiblemente, pero todos podemos alcanzarla. Este Nadal maduro, con entradas, con algunas arrugas, es aún más heroico que el jovencito gladiador que recorría las pistas como una manada de rinocerontes. Mantiene la tensión y la concentración como ninguno, no hay bola perdida, no hay puntos basura, cada gramo conforma la gloria y no los deja escapar. La mayoría de estas afirmaciones también nos sirven para definir a la Selección de Baloncesto. Llegaron al Mundial con el cartel de meritorios, a secas, pensando en una medalla, como mucho, sin grandes presiones, tras una clasificación larga, pesada y extraña. Sergio Scariolo Smontó un equipo en el que combinaba a la perfección veteranía y juventud, seguridad y riesgo, ambición con hambre, y no se equivocó, todo lo contrario. Durante dos semanas nos han hecho vibrar y disfrutar, nos han levantado del asiento en más de una ocasión y nos han provocado afonías y taquicardias, sobre todo en esa semifinal agónica contra Australia que consiguió que la duración de los desayunos en los bares batiera récord históricos.
Y
sobre todo nos han emocionado con su normalidad, porque se comportan como
personas normales, disfrutan como personas normales, como cualquiera de
nosotros, y se acuerdan de los suyos, de los ausentes especialmente, cuando
rozan la gloria, porque nada más les gustaría que estuvieran con ellos. Y esa
normalidad sigue estando presente en las celebraciones, en las entrevistas y en
todos sus actos, basta verlos para comprobarlo. Esa normalidad también es seña de
identidad en la leyenda de Rafael Nadal. No me cabe duda de que estos
deportistas sí que son modelos que imitar, especialmente por nuestros más
pequeños. Hablamos, una vez más, de valores, eso que mucho confunden con
ideología, aunque hay ideologías que no tienen ningún valor, ni lo pretenden,
también es cierto. Hablamos de anteponer la persona a la gloria, al brillo, que
siempre es efímero, aunque sea el del oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario