Ahora
que lo pienso, el título de este artículo vendría muy bien para la campaña
electoral que acaba de arrancar. Porque en vez de invadirnos e intoxicarnos con
sus promesas, proclamas y demás verborrea, como gran paso previo deberían
escucharnos, muy despacio, mirándonos a los ojos. Ese es el mejor ejercicio que
podrían hacer quienes esperan que les cedamos nuestra confianza y, sobre todo,
nuestro poder. Sí, nuestro poder, no lo olvide, eso es lo que hacemos cuando
dejamos caer la papeleta dentro de la urna, ni más ni menos. Pero decía que
podría venir bien, sí, pero hoy el asunto de este artículo es otro y se
corresponde con la literalidad del título. Un
país para escucharlo ha sido una de las mejores noticias que nos ha
ofrecido la televisión en los últimos tiempos. Y nuevamente, un espacio
musical. Y nuevamente, en la televisión pública, sí, esa que pagamos todos y
que debe ser, como el caso que hoy nos ocupa, un espacio para la expresión de la
cultura, en todas sus manifestaciones, la pedagogía y la calidad, además de una
barricada –o trinchera- contra la infamia en la que han transformado sus
parrillas televisivas buena parte de las cadenas. Para quien no lo haya
disfrutado, Un país para escucharlo
ha sido un recorrido musical por nuestra geografía, de la mano del siempre
joven Ariel Rot. Un espacio eminentemente musical, es cierto, pero que también
nos ha ofrecido, a través de una espléndida fotografía, una radiografía social
y patrimonial de las ciudades por las que ha transitado, como si se hubieran fusionado
en un mismo programa A vista de pájaro
y Un país en la mochila, del siempre
recordado Labordeta.
Un país para escucharlo
nos ha ofrecido momentos deliciosos, emocionantes e irrepetibles, en Sevilla, Granada,
Madrid, Barcelona, Bilbao o Murcia. Ver descender de su Mercedes blanco a Kiko Veneno, disfrutar de la sugerente voz de
Rocío Márquez en un entorno privilegiado. La fuerza antinatural de Jorge
“Ilegal”. La delicadeza, en el trato y en la melodía, de Xoel López. La mágica
sencillez de Vetusta Morla. La maravillosa versión de Viva Suecia de su Adónde ir. Amaral recordando a Más
birras. Mikel Izal interpretando Pausa
solamente acompañado por la guitarra de Ariel. La emocionante y emotiva lección
vital de Luz Casal. Regresar a La playa
junto a Iván Ferreiro, el desparpajo de Carolina Durante o la elocuencia de
Eric Jiménez, el incombustible batería de Los Planetas/Lagartija Nick. Y, como
toda nueva propuesta, podemos juzgarla por lo que faltó, más rock y folklore,
demasiado pop, o por quienes faltaron, y así podríamos citar a Bunbury,
Sidonie, Neuman o Los Planetas, y, como todos esos quisquillosos aficionados al
fútbol, podríamos plantear nuestra propia selección, el formato y escaleta que
consideramos más conveniente. Y nada de eso, insisto, nada de eso, podría
reducir el gran valor de este programa que nos ha ofrecido buena música en
directo, a través de nuevas y desconocidas versiones, a través de duetos que
nunca podríamos haber imaginado, dentro de una formidable puesta en escena.
No
me cabe duda de que uno de los grandes aciertos del programa ha sido la
elección de Ariel Rot como conductor, que desprende buenrollismo, calidez y simpatía en cada toma, además de una
maestría inigualable tocando la guitarra, lo que ha demostrado en cada entrega,
arropando con sus arpegios y punteos a los muy diferentes invitados. Feliz
elección, igualmente, la de los anfitriones locales, la mayoría de ellos
realizaron su función con gran acierto. Zaragoza supuso la última parada de
este road movie musical, emocionante
escuchar a Amaral en ese pueblo fantasmagórico, recuerdo de esa España, caníbal
y rupestre, que amenaza con asomarse. Espero y deseo que ese hasta luego de
Ariel Rot sea verdadero y solo se trate de una pausa, de un merecido descanso,
para seguir recorriendo este país, que es necesario escuchar.
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