Seguro que lo sabe: Felipe VI ha cumplido 50 años, lo han
contado en todos los periódicos e informativos, ha sido amplia la cobertura. Y,
al mismo tiempo, el propio Rey le ha impuesto a su hija mayor, la Princesa
Leonor, el Toisón de Oro, que suena a película romántica, monárquica y
medieval, y que representa, o viene a representar, el continuidad dinástica, el
relevo. Se han dicho muchas cosas esta semana del Rey, de sus años, del tiempo
vivido, el primer monarca constitucionalista, dijeron, un Rey formado en la
Democracia, apuntaron, el Rey de un nuevo tiempo, repitieron. Yo también
cumpliré 50 este mismo año, por lo que comparto con el monarca un sinfín de
recuerdos, acontecimientos, el trasiego de este tiempo, a ratos convulso, a
ratos apasionante, siempre eléctrico. Tuve la oportunidad de conocerlo hace
unos años, en el transcurso de una cena generacional. Un tipo majo, de larga
mirada, a simple vista. Los que este año cumplimos 50 nacimos bajo el signo del
mayo francés, y nuestros primeros pasos fueron sobre unos adoquines que muchos
se empeñaron en mostrarnos como fina y cálida arena de una maravillosa playa de
postal, pero no, eran adoquines, muy adoquines. Y es que nuestra infancia
transcurrió en una dictadura de la que apenas recordamos nada y que, sin
embargo, nos marcó demasiado. Nos marcó porque nos desperezamos en un país
adocenado por el miedo, infectado de fanatismo, enfermo por el inmenso y casi
irreparable dolor provocado por millones de heridas abiertas. Un país sin
cicatrizar, analfabeto y oscuro. Un buen día, mientras unos lloraban, otros
cruzaban los dedos y unos cuantos sonreían, vimos como instalaban las urnas en
nuestros colegios, y también vimos como el color se iba colando en nuestros
televisores, y también en nuestras vidas, reduciéndose las interminables horas
de la Carta de Ajuste. Empezamos a no ganar festivales de Eurovisión
y de la OTI, 300 millones dejó de emitirse y los tres globos
decidieron soltarse y recorrer el cielo hacia ninguna parte. Raro era el día en
el que el Telediario no arrancaba con un nuevo atentado y todos los lunes
Interviú nos destapaba, literalmente, a una celebridad más o menos célebre, y
hasta muy célebres, mucho antes de que Gran Hermano existiera. Sí, hubo
un tiempo sin Gran Hermano.
Los que este año cumplimos 50 años conocimos un mundo
ampliado, todo era grande, a veces inmenso, las televisiones tenían más culo
que las gafas que Rompetechos y por eso, tal vez, ahora nos emociona,
casi desde la incomprensión, una diminuta tarjeta de memoria en la que caben un
millón de discos de tres y medio, y puede que me quede corto. Conocimos a Rompetechos,
a Anacleto, a Mortadelo y Filemón y al Profesor Bacterio
mucho antes que a los Pokemons y Lobezno. Nos criaron con caldo
de cocido y sucedáneo de café, malta la llamaban, y ahora somos unos expertos
gourmets capaces de distinguir la comida china de la tailandesa y hasta nos
bandeamos con seis docenas de vinos de diferentes denominaciones. Y el café de
cápsula, intenso y breve. Con nuestro cubata de larioscola en la mano
jamás podríamos haber imaginado estos gintonics actuales con más
decoración que la pecera de un restaurante chino. Los que este año cumplimos 50
hablamos por teléfonos de ruleta, conocimos aquellas maletas que escondían los
primeros móviles y ahora diseñamos Apps de nueva generación, como si nos
hubiéramos criado en Palo Alto. Jamás tuvimos sillita de protección en los
coches de nuestros padres, que por cierto no tenían asientos y sí sofáscamas
en los que dormíamos plácidamente en aquellas interminables carreteras de doble
sentido que recorrían toda España.
Los que ahora cumplimos 50, como el Rey, nos hemos
adaptado como hemos podido a estas décadas de cambios y velocidad, de
permanente transformación, en todos los sentidos. Y hemos sobrevivido gracias a
que hemos asumido todos esos cambios como algo natural, como el signo de los
tiempos, integrándolos como un elemento cotidiano de nuestras vidas.
Disimulando la perplejidad en muchos casos, pero sobreviviendo siempre.
Precisamente por eso, por lo mucho vivido, tal vez contemos con esa distancia
que nos permite verlo todo de otra manera, más relativa, no sé si más objetiva.
Espero y deseo que el Rey, nuestro Rey, a fin de cuentas, comparta estas
sensaciones y que ejerza su oficio con respecto a este tiempo concreto que nos
ha tocado, y que mañana será otro, y no necesariamente peor.
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