Esta semana han sido asesinadas tres mujeres a manos de
sus parejas o de sus exparejas, así como un bebé de once meses. Sí, solo once
meses. Duele el corazón solo de pensarlo, recordando a tu propio hijo con esa
edad entre tus brazos. La mujer y el bebé fueron asesinados en Barcelona el 1
de octubre, mientras la ciudad se debatía entre poder introducir las papeletas
impresas en casa en unas urnas colocadas a escondidas, para así poder esquivar
la Ley, o impedir que así lo hicieran. El paro ha vuelto a subir, el peor mes
de septiembre de los últimos años. ¿Se ha enterado de eso? ¿Es consciente de la
temporalidad, de la baja calidad, de los caninos sueldos de los nuevos
contratos, es consciente? Apenas hay contratos fijos, temporales la inmensa
mayoría. Hablamos de horas, en infinidad de ocasiones. ¿Sabe que si trabaja una
hora al mes, solo una hora al mes, ya no aparece ese mes como desempleado en
los censos oficiales? ¿No lo sabía? Pues imagínese cuál es el dato real del
empleo, así como su calidad, en nuestro país. Vivimos inmersos en el ruido,
casi en el fragor/fulgor de la batalla, silenciando otras noticias. Aquí, en
Andalucía, los empleados públicos cobrarán íntegra su remuneración mientras
cuidan de sus hijos que padecen cáncer o enfermedades graves. ¿Se ha enterado
del nombre del nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, o
se ha enterado de que no se lo han concedido a Murakami? Si Ishiguro, aunque
británico, ocupa cuota oriental, pobre Murakami. Sé que el ruido puede provocar
sordera, le aconsejo que se aparte, que cuide de sus oídos, que les preste la
atención debida y que descubra que el paisaje se extiende, que hay otras voces,
más allá. El silencio no es la
antítesis al ruido, en este caso.
Con frecuencia decimos que vivimos en la sociedad de la información, que
ha crecido de forma desmedida en los últimos años hasta convertirse en algo
parecido a la jungla en la que Mowgli se crió entre gorilas. Sin embargo, más
que de la información, creo que vivimos en la sociedad de la opinión –y esto es
una opinión, fíjate tú la contradicción-. Todos opinamos, todos, y todas las
opiniones son válidas mientras se ajusten a derecho, eso es así, pero no todas
las opiniones son acertadas. Se puede ser muy respetable y meter la pata hasta
el fondo, tal cual. Es más, son muy pocas, poquísimas, las opiniones acertadas.
Contamos con un ejército de opinadores profesionales, que lo son porque alguien
les paga por opinar, no lo olvidemos, y que nos ofrecen sus opiniones como un
nuevo dogma que es imposible de rebatir y hasta de debatir. Ahí tenemos a los
opinadores cascarrabias que cada cierto tiempo tienen que decir una burrada
para sentir que siguen vivos; los opinadores supuestamente... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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