Se hacía llamar Leia en nuestros juegos. Leia
Organa, para ser más precisos. Un nombre que sonaba a romance galáctico, a
balada espacial, a cantar de gesta del futuro. Luis Alberto de Cuenca.
Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme, pero sé
que ocurrió. No sé dónde. En galaxias improbables, difusas. Acaso en mi cerebro
tan sólo. No recuerdo ni el tiempo ni el lugar, pero pasó. Me costó mucho,
muchísimo, contarle la terrible noticia a mi hijo, que había estado pendiente
de los periódicos tras el infarto padecido en pleno vuelo. A pesar de que solo
cuenta con 11 años, de que solo ha vivido conscientemente el estreno de las dos
últimas entregas de la saga, mi hijo es un seguidor/fanático/especialista/fan
de Star Wars. Hasta límites que me costaría mucho tiempo y espacio poder
explicar. Han Solo, Luke, R2-D2 o Leia Organa, claro, ya forman parte de su
breve, aunque intensa, educación cultural y emocional. Ha visto las películas
en decenas de ocasiones, repite de memoria buena parte de los diálogos, domina
a la perfección las relaciones familiares que existen entre los personajes, y
no tiene ese embrollo mental de los que comenzamos por el capítulo 4. Capítulo
que para él no se titula La guerra de las galaxias, como todos la
conocimos, sino Una nueva esperanza, que es su título real. Isra se pasa
las horas conversando/compitiendo con mi amigo Manolo sobre aspectos de las
películas. ¿Capítulos con nieve? Pregunta uno, y responde el otro. ¿En
cuántos aparece la Estrella de la Muerte? Pregunta el otro y responde el
uno, y así con dos mil preguntas más, algunas de tal dificultad y rareza que
soy incapaz de reproducir. Reconozco que disfruté casi tanto como ellos
escuchándolos hablar, discutir, sorprenderse durante la proyección de The
Rogue One, esa entrega sin numerar de la celebérrima serie galáctica.
Saltaban, se emocionaban, yo también lo hacía, lo reconozco, y hasta rozaron el
éxtasis cuando Leía, rejuvenecida a base de látex y efectos especiales,
protagonizaba un brevísimo cameo. Una chica muy pálida venía de algún astro
a jugar en tu sueño contigo: era tu amiga, la que se fue de viaje por el cielo,
y volvía para no abandonarte nunca más.
En otras condiciones, lo que acabo de desvelar sería digno de multa o
sanción, pero a estas alturas, consecuencia directa de su fallecimiento, ya
todo el mundo sabe que la Princesa Leia, Carrie Fisher, aparece en la última
entrega de la saga, lo han contado todos los periódicos. Spoiler, dicen
los modernos. Sin caer en la coleccionista ilustración de mi hijo, reconozco
que la muerte de la Princesa Leia me rozó por dentro, ya que ocupaba un lugar
muy destacado en el, gozoso y desordenado, almacén de mi memoria infantil.
Tengamos en cuenta, además, que fue un personaje icónico, simbólico en muchos
aspectos, una aventajada a su tiempo, en cierto modo. Acostumbrados, como
estábamos, a princesas alicaídas y sumisas, entregadas a las decisiones de los
otros, y siempre hombres, Leia era y siempre será una princesa rebelde, que
luchó por escapar de la dictadura de las fuerzas del mal, con láser en mano, si
era necesario. Y lo hizo en un mundo, aunque ficticio, tremendamente
masculinizado, colmado de buenos y malos, muy malos, protagonizados siempre por
hombres. El que, a pesar de todo esto, Leia deslumbrara y... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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