Inocente de mí creí que 2016 había sido esa
trituradora de malas noticias, malos rollos, tiempos paralizados, desgracias
varias, para dar paso a un 2017 reluciente y brillante, repleto de buenas
nuevas, de principio a fin. Inocente de mí, ya ves tú, peor no ha podido
comenzar el año. Pero no me repito, no lo repito, que el dolor cuenta con su
propia eco y no necesita que lo nombre para que vuelva, y vuelva, como ese ajo
que te hace odiar el salmorejo en verano, con lo rico que está. Y para colmo
nos llega esta ola de frío siberiano, sahariano cuando hablamos del calor del
verano, esa rimas aprendidas, que no está dejando las narices enrojecidas, y al
borde de la congelación, y las orejas caramelizadas. Esta ola de frío con el
rostro de Donald Trump, con el aliento de Putin, con el peinado de Rajoy, con
la mirada de May, con la intensidad de esa China que contemplamos desde los más
profundo del precipicio, como a ese temor amenazante en un cuento infantil.
Quisimos que 2016 fuera la purga, la trituradora, la caldera en la que
congregar y resumir todos nuestros infiernos, pero el infierno tiene
combustible para rato, y lo demuestra en este 2017, en el que se sigue
sintiendo cómodo como si todos los años fueran el mismo año. Tal vez en el
infierno todos los años sean el mismo año y que seamos nosotros los que nos
inventamos nuevos años en los que pretendemos o soñamos o fingimos ser otros, o
por lo menos diferentes. Con el frío, y con el calor, curiosamente, nos sucede
todo lo contrario, es nuevo, diferente, más intenso, más húmedo, más seco, más
puñetero, más lo que sea, que el del pasado año, como si no tuviéramos memoria
para la temperatura, o como si el frío, o el calor, nos provocaran una fuerte y
repentina amnesia. O puede que muten, que cuenten con esa capacidad que
nosotros no tenemos. Seguro que no, quiero creer que no.
Aparte de los memes, las cadenas y los blancos
muñecos con nariz de zanahoria, esta ola de frío nos trae esa expresión que nos
debería avergonzar como sociedad: pobreza energética. Pobreza que, como ya he
contado alguna vez, forma parte de una pobreza mucho más amplia y que nos roza
nada más que alarguemos la mano una cuarta, la pobreza invisible. Está ahí, al
otro lado del tabique, aunque no queramos verla. Y es que cuando los extremos
crecen y campean a sus anchas los más vulnerables son los primeros en
padecerlos. Hoy día, está ocurriendo, se puede ser vulnerable o desigual por
multitud de motivos, pero que el principal motivo siga siendo el económico me
parece de una injusticia y vileza social intolerable. Pero lo toleramos, ya lo
creo, mientras que la luz que indica “on” en nuestra casa se siga iluminando.
Nos sentiremos a salvo. Eso sí, tire de electricidad con mesura y cabeza, que
coincidiendo con la ola de frío le han metido una subida de aúpa al precio de
la electricidad. Pero ha sido por casualidad, que en realidad no querían (léase
con ironía, claro). Sonido de caja. Así vamos y así nos va, y yo que creía que
2017 iba a ser una balsa de aceite, de Baena, bueno bueno, tras el Brexit,
Trump, Corea y más años de Rajoy, y no, que la cosa sigue de la misma manera y
forma, chispa más o menos, y sin visos de cambio, al menos de forma inminente... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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