Ha muerto David Bowie, la frase que no habríamos
querido escuchar nunca los que amamos la música. Desde que la noticia
trascendió a los medios de comunicación, han sido muchos los especialistas,
eruditos y melómanos reconocidos que nos han desgranado su intachable
trayectoria, sus grandes hitos, la influencia que ha supuesto para miles de
bandas y solistas, su permanente capacidad de reinvención, como para aportar
una palabra, una frase o una idea que agregue un nuevo matiz en la definición
del icono musical fallecido. Ha muerto Bowie, que es lo mismo que decir: ha
muerto una parte esencial de la historia de la música, uno de sus más grandes
autores, un artista irrepetible, único. Ha muerto David Bowie, sobran las
palabras, se rebelan las emociones, recuerdos en la parrilla de salida de la
memoria, la banda sonora de una vida. De millones de vidas.
Conducía bajo la lluvia mientras sonaba su Let’s
dance. Por un momento pensé que era la mejor manera de comenzar un lunes,
una nueva semana, y hasta la lluvia, el tráfico y las prisas de un lunes feo me
parecieron más llevaderas, más ligeras. Sin embargo, cuando la canción concluyó
y el locutor anunció la terrible noticia sentí que el lunes más negro y triste
se adueñaba de todo. No pude evitar llorar, con el desconsuelo del que pierde a
un ser muy querido, a un hermano, a un amigo, a un padre. Y es que Bowie
consiguió que una canción fuera mucho más que una composición musical, las
transformó en emociones. Eso que solo consiguen unos cuantos elegidos: estar en
posesión de esa varita mágica que despiertan a nuestras entrañas del sueño de
la rutina. Emoción que, en este momento, se transforma en escalofrío cuando
escucho su voz.
Mi última novela, Biografía autorizada, comienza
con una cita de David Bowie. We
can be heroes just for one day. Y no es producto de la casualidad, fue una decisión muy
meditada. Entendí, y entiendo, que nadie como Bowie para sintetizar las últimas
cinco décadas de historia de la música. Nadie como Bowie para explicar los profundos
cambios, y no solo musicales, que se han producido en nuestra sociedad en el
último medio siglo. Porque Bowie tuvo mucho de visionario, de adelantado a su
tiempo, y su trasgresión no tardó en convertirse en una puerta que luego muchos
tomamos, hacia el futuro, hacia hoy, hacia mañana.
Feliz, como el que se reencuentra con un amigo del
colegio, celebré su regreso después de diez años de silencio. En The next
day encontré a la estrella que se enfrenta a la madurez, cara a cara. Ya no
era Ziggy Stardust el que cantaba, el gran Duque Blanco había
mutado de nuevo. Nos ofrecía una belleza serena, comedida, juiciosa, que ha
continuado en Blackstar, su última creación. Un título que con toda
seguridad encierra una premonición, la estrella teñida por el negro del luto.
Ha muerto David Bowie, sí, pero cuando el big bang de su muerte
haya pasado, yo lo seguiré escuchando como siempre lo he hecho, creyendo que un
lunes lluvioso y gris de invierno lo es menos, que casi se aproxima a una
cálida y luminosa mañana de verano, con solo escuchar su voz. Y seguiré
creyendo en la magia de la música y en la capacidad que todos tenemos para ser
héroes, aunque solo sea por un día. O por toda la eternidad, como el propio
Bowie lo será.
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