No es una ironía, tampoco una broma: yo habría
preferido tomarme las uvas del 31 de diciembre siguiendo las campanadas de
Canal Sur, por aquello de la aventura, el morbo o la solidaridad, pero nadie
secundó mi propuesta, nos la comemos con la Pedroche, me dijeron, como
si la citada tuviera una silla reservada en el salón. Eso es muy de política,
cuando el candidato está por encima o debajo de la marca, según explican los
analistas de esas tertulias que son la nueva Carta de Ajuste de la televisión;
parece ser que Cristina Pedroche está por encima de su marca, su cadena de
televisión, en este caso. El éxito de las campanadas que retransmite Cristina
Pedroche no gozan del favor del público por estar especialmente bien narradas,
por la calidad de los planos, por la originalidad de los comentarios o similar,
no, es mucho más básico el asunto, más primario, me temo. El éxito reside en el
vestido, o no vestido, o como se pueda calificar esa cosa, que la popular
presentadora exhibe cada Nochevieja, y que desvela a la audiencia tras
despojarse de una castiza y españolísima capa negra. Ole. No seré yo quien
censure la exhibición de Cristina Pedroche, ni se me pasa por la cabeza,
faltaría más. Tampoco me escandaliza, sobre todo porque tampoco enseña tanto, apenas
nada, y porque nunca me ha escandalizado el cuerpo de una mujer; me
escandalizan los Rato, Bárcenas y Granados, que no hay un solo atisbo de
belleza en sus manejos y presencias. Doy por hecho que Cristina Pedroche hace
el número del vestido por decisión propia, sin coacción alguna, en plenitud de
sus facultades físicas y mentales, porque le da la gana o porque le apetece, yo
que sé, en uso de su plena y absoluta libertad. Vamos, que nadie se lo impone.
Partiendo de esta premisa, que es esencial, faltaría más, y respetando su
decisión personal, por supuesto, debo de reconocer que a estas alturas de la
vida, después de lo que llevamos visto, oído y andado, me sorprende, y hasta me
escandaliza, que nos sigamos impresionando por algo así.
Desde un punto meramente estético, el vestido de
este año era absolutamente horrible, una catetada en estado puro; como hortera
no lo califico porque hay horteridades que me fascinan y que defiendo por su
pureza y sinceridad. Una cosa fea, a secas, vamos. Después de haber visto el... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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