Más allá de los cánones, de la técnica y de las referencias cultistas, lo que le pido a una película, a una canción, a un libro o a un
cuadro, es que me emocione, que me conmueva, que me arañe, que me provoque,
que no me deje indiferente.
Yo debía tener diez años, calculo desde la niebla de la memoria.
Recuerdo una cola interminable para poder acceder al cine, el Cabrera
Vistarama, en Ciudad Jardín. Esa nueva Córdoba, de porteros
electrónicos, ascensores e hipotecas a 40 años, que había crecido al
mismo tiempo que desaparecía esa otra Córdoba, la de siempre, de patios
tumultuosos, calles empedradas y aseos compartidos. Esa Córdoba que
ahora exhibimos para disfrute de los turistas, que guardan interminables
colas para contemplarla. Esas paradojas del tiempo. De la mano de mi
madre fui a ver La guerra de la Galaxias, ese primer episodio, que años
después se convirtió en el cuarto, y que se apoderó de la denominación
de la saga para olvidar el que realmente era su título: Una nueva
esperanza. No creo que tardara más de cinco minutos en caer rendido por
la fascinante propuesta de George Lucas; sobrecogido por la atronadora y
característica banda sonora de John Williams, hipnotizado por aquel
desconocido universo de androides, naves espaciales y seres
estrambóticos.
Las siguientes entregas de la saga las contemplé
con amigos del barrio, con semejante emoción que en aquella fría tarde
de invierno en el Cabrera Vistarama; celebraciones colectivas en
vibrantes tardes de domingo. Tuvimos que esperar unos cuantos años hasta
que pudimos ver los que han denominado como los tres primeros
episodios, vaya galimatías de precuelas, aunque he de reconocer que las
emociones del pasado no se repitieron. El experimento de Falcon Crest
galáctico en holograma, o esos videojuegos con tantos e interminables
diálogos, nunca me conmovieron. Es más, consiguieron que añorara, más y
más, las tres primeras entregas estrenadas.
Hace unos días, en
esta ocasión de las manos de mis hijos, fui a ver El despertar de la
fuerza, el nuevo episodio de la célebre saga. Curiosamente, y casi a
modo de repetición generacional, mi hijo mayor tiene 10 años. Le paso el
testigo. Y como en la primera ocasión, casi cuarenta años después, en
menos de cinco minutos me sentí atrapado por la historia que contemplaba
en la pantalla, y lo mismo les sucedió a mis hijos; me reconocí en sus
expresiones de asombro. Emoción que fue en aumento, con las apariciones
del pasado que se van sucediendo a lo largo del metraje -no spoiler-. El
halcón milenario, R2-D2, Chewbacca y esas espadas láser que vuelven a
brillar como tenía grabado en la memoria. Porque en El despertar de la
fuerza se recupera la estética que contemplé en la niñez, como un
auténtico y sublime revival galáctico. En cierto modo, todo vuelve a ser
como nunca debería haber dejado de ser. No me cabe duda de que ha sido
un gran acierto encomendar la dirección de esta nueva entrega a J. J.
Abrams, al que la mayoría descubrimos en Lost, y que posteriormente nos
ofreció una auténtica lección de lo que es el ritmo en la narración
cinematográfica en... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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