Comienzo
a escribir este artículo nada más caer eliminado el Real Madrid por la Juventus
en semifinales de Liga de Campeones, ese nombre moderno para un torneo de
siempre: la Copa de Europa. Y recuerdo a David Trueba, ese narrador cineasta que
nos enamora cada vez que agarra un micrófono, y a su célebre novela: Saber perder. Un título duro, seco,
directo, que entraña un desgarro, una aceptación del no. La verdad es que llevo
unas semanas con Saber perder en la
cabeza, repito la frase en sueños, la escucho nada más despertarme cada mañana,
hasta creo que la tarareo en la ducha. Benditas duchas sanadoras en estas
noches de julio en este mayo desmayado. Comencé a repetir Saber perder mientras leía Blitz, la última novela de Trueba. Y no porque se traten de obras similares, o sí,
puede. Saber perder, le refresco la
memoria, es una maravillosa fábula sobre el desencanto, las relaciones y el
fracaso, que pueden entenderse como la Santísima Trinidad de nuestras vidas. Más
que fracaso, seamos más precisos, hablemos de derrumbe. Como una de esas
imágenes que tanto gustan en los informativos de fin de semana, la dinamita
cumple con su cometido en menos de un segundo, dejando tras de sí una inmensa
nube de polvo donde antes se alzaba un colosal rascacielos que pellizcaba las
nubes con sus afiladas antenas. La adolescencia, tal y como narra Trueba, es
una época de derrumbe, el niño se evapora, como ese rascacielos que parece ser
engullido por el polvo. En Blitz, Beto,
el protagonista, también debe aprender a saber perder, y debe hacerlo en muy
poco tiempo, las circunstancias y los kilómetros mandan. No spoileo más.
Puede
que se trate de la lección que más nos cuesta aprender, cuando es la lección
que más se repite a lo largo de nuestras vidas. Saber perder no es fácil y, sin
embargo, el que lo consigue, el que lo asimila, puede que en cierto modo esté
aprendiendo a saber ganar. Que tampoco es fácil, pero gusta más, evidentemente.
Pobre miopía. Pero si uno se detiene un instante a pensarlo, es mucho más
inteligente y práctico aprender a saber perder, ya que es lo habitual, forma
parte de nuestra rutina y hasta de nuestra ruina. Perdemos los amores, las
ilusiones y los sueños, perdemos las emociones, perdemos el pelo y perdemos el
tiempo, perdemos las facultades, perdemos la elasticidad y las ganas de
festear, perdemos los años en muchos casos, perdemos los sentidos, perdemos el
compromiso, perdemos el reloj y las pinzas de depilar, perdemos la orientación,
perdemos la memoria, perdemos el deseo y perdemos el dinero, perdemos. Pérdidas
inevitables, en la mayoría de las ocasiones, que si encajamos sin amargura, y
aprendemos la lección que conllevan, nos transformarán en personas más sabias y
felices, más contentas con lo que tenemos, con lo mucho o lo poco que tengamos,
más allá de la cuenta corriente y el listado de posesiones en el Registro de la
Propiedad. Aprenderemos, en definitiva, a saber ganar, o a ganarnos a nosotros
mismos, a aceptarnos. Somos lo que somos, y llegamos hasta donde llegamos, no
hay más. Tampoco está tan mal.
Aunque
alguien lo pueda considerar un ejemplo pueril, en realidad la mayoría de los
ejemplos lo son, pensemos en el partido del pasado miércoles. Si Morata no
hubiera colado su golito como todo buen ex que se precie, este Real Madrid
arrítmico y atropellado no pensaría que tiene serios problemas, que necesita
pasar por la planta de reciclado para volver a brillar en el futuro. Estaría
convencido de que sigue la dirección correcta y empleando la fuerza necesaria. Y
no. O apliquemos la fórmula a la clase política, qué poquitos los ejemplos para
ilustrar una derrota que ha sido la semilla de una victoria en el futuro. Ruedan
cabezas o justificaciones extraídas de la ciencia-ficción, antes que saber
perder. Y es que saber perder es encender la luz, limpiar con Cristasol y bayeta la superficie del
espejo y contemplarnos desnudos en él. Y examinarnos con mirada científica, y
hasta forense, con el único propósito de descubrirnos en toda nuestra realidad,
sin obviar nuestras miserias y carencias, que siempre serán superiores a
nuestras virtudes. Saber perder es vivir conforme a nuestras posibilidades. Y
eso es ganar.
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