Han
celebrado los 25 años de Uno de los
nuestros remasterizando una nueva versión, empleando un negativo original.
Presentaron la recuperación en la clausura del festival de cine de Tribeca, en
Nueva York. Para la ocasión, acudieron buena parte los protagonistas: De Niro,
Liotta, Paul Sorvino o Lorraine Bracco, que narraron a los presentes las
anécdotas acaecidas durante el rodaje, así como lo que les supuso intervenir en
la citada película. No pudieron acudir, aunque enviaron sus mensajes, Scorsese
y Joe Pesci, cerebro y puño de la historia. No puedo recordar las veces que he
visto Uno de los nuestros, pero sí
recuerdo perfectamente la primera que la vi. Fue en un cine de verano, el de la
Plaza de la Magdalena, entre aroma de caracoles y geranios, con el trasero
fustigado por esas sillas diseñadas por un especialista en torturas. El
plano-secuencia en el que Liotta agarra la mano de Bracco y, en una exhibición
de poder, la cuela en el restaurante de moda, atraviesan la cocina y toman
asiento en el comedor me sigue dejando sin respiración. No solo es perfecta
técnicamente, también en su narración, en lo que cuenta y cómo lo cuenta. Uno de los nuestros es una de las
películas de mi vida, indudablemente, como también lo fue Ben-Hur en su momento. Otra vez cine de verano: Olimpia, en la
calle Zarco, esa hermosa arteria que une San Agustín con el resto de la ciudad.
Recuerdo que mi madre me preparó un bocadillo exagerado, más de media barra, y
una gaseosa de litro. Una de esas gaseosas vintage
que ahora empleamos como elemento decorativo. Son muchas horas, me dijo. Pero a mí me parecieron diez minutos. Y
eso que cuesta creerse que Charlton Heston es un romano de la época, pelillos a
la mar. En ese mismo cine, Olimpia, había descubierto a Bruce Lee anteriormente,
aquel héroe de leyenda de las artes marciales sobre el que circulaban un sinfín
de rumores, en ese tiempo sin Google ni periódicos digitales.
Las películas de Bruce Lee tenían algo contagioso, y tras su
finalización podías ver a cien chavales tratando de emular los movimientos del
actor, y no fuimos pocos los que nos fabricamos unos nunchacos con el palo de una fregona, como si fuéramos a
protagonizar la secuela de Operación
Dragón. Recuerdo, con absoluta nitidez, la cola para sacar la entrada para
ver La guerra de las galaxias en el
Cabrera Vistarama, aquel cine cosmopolita en esa nueva Córdoba de Ciudad
Jardín, con edificios de cinco plantas y porteros electrónicos en las entradas.
La ciudad del futuro acogió el estreno de una película sobre un futuro creado
por la imaginación de George Lucas. Alucinado, no cerré la boca durante la
proyección, no podía creer lo que contemplaba. Algo similar me sucedió... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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