Soy
un fan incondicional de Bill Murray. Tal vez lo sea desde la época de Pelotón chiflado o desde la legendaria Los cazafantasmas, cuando yo era un
adolescente espinilloso y canijo y él “solo” era un cómico. Una etiqueta que,
aunque honorable en todos los sentidos, no se ajusta a sus interpretaciones
posteriores, en las que ha alternado títulos “comerciales” con esas películas
que muchos llaman de culto, y que no dejan de ser películas de autor, con
personalidad. Puede que lo que más me atraiga de Bill Murray sea precisamente
eso, que sea inclasificable. Me atrae todo lo que escapa de la academia, lo
inimitable, ese don que no se puede ensayar, tampoco aprender. Algo que hago
extensivo a todas las disciplinas. Nadie podría copiar las interpretaciones de
Murray, de la misma manera que nadie podría copiar los regates de Isco, los
gallos de Dylan, las verónicas de Morante, los cuadros de Alex Katz o la
narrativa de Balzac. Y es que puede que su diferencia, lo que nos atrae de
ellos, sea ese ejecutar lo que la técnica, la teoría o el canon no consiguen
explicar. Están fuera, como excepciones que engrandecen y animan la regla. A lo
largo de su dilatada trayectoria, Bill Murray ha interpretado más de una docena
de personajes memorables, aunque buena parte de sus seguidores solemos
coincidir en uno: Phil Connors, el
meteorólogo de Atrapado en el tiempo.
Hagamos memoria, que ya han pasado unos años. Connors es enviado a Punxsutawney –tela el nombrecito-, Pensilvania, por la cadena de televisión en la trabaja, para
asistir al ritual de la marmota Phil,
la cual indica lo que aún resta de invierno. Es lo que conocemos como El día de la marmota, un acontecimiento
que con el tiempo se ha convertido en planetario, y no me cabe duda de que la
película ha contribuido en gran medida.
Phil Connors/Bill Murray se ve obligado a pernoctar en la impronunciable localidad
por una tormenta de nieve y cuando el despertador lo saca de la cama al día
siguiente, con el I got you babe de
Sonny and Cher, comienza de nuevo el mismo día que ya había vivido. Todo se
repite, todo, sin excepción. Los saludos en el desayuno, los encuentros en la
calle, la salida de Phil. Lo que en un principio entiende Murray como una loca
contrariedad, con el paso de los días, siempre el mismo día, acaba convirtiendo
en una ventaja a su favor, al contar con la información precisa por adelantado.
Y ya me callo, vaya que alguien aún no haya visto la película. Película que
podemos emplear... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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