sábado, 15 de noviembre de 2014

GALVESTON, NIC PIZZOLATTO

Para una legión de serieadictos, la primera temporada de True Detectives ha sido el gran acontecimiento del año. En mi caso particular, tras la vacía orfandad que sentí a la conclusión de Breaking bad, gracias a la nueva propuesta de HBO recuperé mi posición/opinión frente a la pequeña pantalla.  True Detectives, más allá de su trama, con evidentes brechas en su desarrollo –el dislate del capítulo número 4 es el mejor ejemplo-, nos ofreció una espectacular pareja de policías, llamativos por sus oscuras personalidades, por la degradación que nos ofrecen, por sus peculiares tics, las más propicias criaturas para desenvolverse en ese universo pantanoso, sudado y húmedo por el que la serie transcurría.
Pero hablemos hoy de Galveston, la primera novela del guionista de True Detectives, Nic Pizzolatto. Publicada originalmente en 2010, años antes que la emisión de la serie en nuestro país, muchos hemos sido los que hemos acudido, como moscas a la miel, al reclamo de la solapa, “del guionista de…”, y que ciertamente ha funcionado, tal y como indican las listas de libros más vendidos. Puede que muchos de los lectores se hayan acercado a la novela esperando más truedetectives, y también los habrá que hayan leído Galveston  atrapados por el lenguaje que su autor, Nic Pizzolatto, desplegó en la aclamada serie de televisión. Puede que unos y otros se hayan sentido decepcionados, al no encontrar lo que esperaban. En cualquier caso, acudamos a una frase hecha: las comparaciones son odiosas, sobre todo cuando se comparan elementos completamente diferentes, que emplean soportes, técnicas y vocabularios completamente diferentes. Por tanto, aunque cueste trabajo olvidar, porque es realmente brillante, leamos Galveston sin tener en cuenta que Pizzolatto es el guionista de True Detectives.
Desde este punto de vista, que es el lógico, y coherente, delimitadas las fronteras, considero que Galveston es una estupenda –y a ratos sublime- novela, por diferentes motivos. Es más, me atrevería a calificarla como una inusual y soberbia ópera prima. Es intensa, nos ofrece una trama redonda, circular, sin descensos apreciables, fulgurante en determinados pasajes, eléctrica y punzante. Es hipnótica, adictiva, Pizzolatto te atrapa desde la primera línea, te agarra de la mano y no permite que te separes hasta el punto y final. Y es coherente, nada de lo que sucede en Galveston es gratuito o vacío, todo es necesario, incluso crucial, para asimilar y comprender la historia en su integridad.

La mayoría de los lectores habrán encontrado decenas de evidentes referencias en la novela de Pizzolatto: Hammet, Ellroy, Eastwood, Wenders, Peckinpah, Tarantino, Huston, Ford…  Es más, en el arranque de Galveston nos encontramos con una serie de personajes y situaciones que ya hemos leído y contemplando en multitud de ocasiones, como uno de esos estribillos que creemos haber escuchado con frecuencia en el pasado, como un eco de la infancia. Pizzolatto se entrega a los tópicos, a los símbolos, para posteriormente interpretarlos a su manera. Demostrándonos el autor que tal vez ya estén contadas todas las historias, pero que aún es posible contarlas de diferentes maneras, transformándolas en nuevas historias. Y, sobre todo, Pizzolatto consigue que nos sintamos dentro de sus personajes. Que nos duelan los golpes que reciben, que padezcamos con semejante frialdad la soledad, la distancia, el desprecio, el desapego… Esta capacidad para introducirnos y secuestrarnos en su juego es la gran habilidad que Pizzolatto despliega en Galveston. Complicidad, emoción, tensión a raudales, en una primera novela que marcará, sin lugar a dudas, el comienzo de una brillante trayectoria literaria.

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