Para
una legión de serieadictos, la
primera temporada de True Detectives
ha sido el gran acontecimiento del año. En mi caso particular, tras la vacía
orfandad que sentí a la conclusión de Breaking
bad, gracias a la nueva propuesta de HBO recuperé mi posición/opinión
frente a la pequeña pantalla. True Detectives, más allá de su trama,
con evidentes brechas en su desarrollo –el dislate del capítulo número 4 es el
mejor ejemplo-, nos ofreció una espectacular pareja de policías, llamativos por
sus oscuras personalidades, por la degradación que nos ofrecen, por sus
peculiares tics, las más propicias criaturas para desenvolverse en ese universo
pantanoso, sudado y húmedo por el que la serie transcurría.
Pero
hablemos hoy de Galveston, la primera
novela del guionista de True Detectives, Nic Pizzolatto. Publicada originalmente en 2010, años antes que la emisión de la
serie en nuestro país, muchos hemos sido los que hemos acudido, como moscas a
la miel, al reclamo de la solapa, “del
guionista de…”, y que ciertamente ha funcionado, tal y como indican las
listas de libros más vendidos. Puede que muchos de los lectores se hayan
acercado a la novela esperando más truedetectives,
y también los habrá que hayan leído
Galveston atrapados por el lenguaje
que su autor, Nic Pizzolatto, desplegó en la aclamada serie de televisión.
Puede que unos y otros se hayan sentido decepcionados, al no encontrar lo que
esperaban. En cualquier caso, acudamos a una frase hecha: las comparaciones son
odiosas, sobre todo cuando se comparan elementos completamente diferentes, que
emplean soportes, técnicas y vocabularios completamente diferentes. Por tanto,
aunque cueste trabajo olvidar, porque es realmente brillante, leamos Galveston sin tener en cuenta que
Pizzolatto es el guionista de True
Detectives.
Desde
este punto de vista, que es el lógico, y coherente, delimitadas las fronteras,
considero que Galveston es una
estupenda –y a ratos sublime- novela, por diferentes motivos. Es más, me
atrevería a calificarla como una inusual y soberbia ópera prima. Es intensa, nos ofrece una trama redonda, circular,
sin descensos apreciables, fulgurante en determinados pasajes, eléctrica y punzante.
Es hipnótica, adictiva, Pizzolatto te atrapa desde la primera línea, te agarra
de la mano y no permite que te separes hasta el punto y final. Y es coherente,
nada de lo que sucede en Galveston es
gratuito o vacío, todo es necesario, incluso crucial, para asimilar y
comprender la historia en su integridad.
La
mayoría de los lectores habrán encontrado decenas de evidentes referencias en
la novela de Pizzolatto: Hammet, Ellroy, Eastwood, Wenders, Peckinpah,
Tarantino, Huston, Ford… Es más, en el
arranque de Galveston nos encontramos
con una serie de personajes y situaciones que ya hemos leído y contemplando en
multitud de ocasiones, como uno de esos estribillos que creemos haber escuchado
con frecuencia en el pasado, como un eco de la infancia. Pizzolatto se entrega
a los tópicos, a los símbolos, para posteriormente interpretarlos a su manera.
Demostrándonos el autor que tal vez ya estén contadas todas las historias, pero
que aún es posible contarlas de diferentes maneras, transformándolas en nuevas
historias. Y, sobre todo, Pizzolatto consigue que nos sintamos dentro de sus
personajes. Que nos duelan los golpes que reciben, que padezcamos con semejante
frialdad la soledad, la distancia, el desprecio, el desapego… Esta capacidad
para introducirnos y secuestrarnos en su juego es la gran habilidad que
Pizzolatto despliega en Galveston.
Complicidad, emoción, tensión a raudales, en una primera novela que marcará,
sin lugar a dudas, el comienzo de una brillante trayectoria literaria.
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