No
me cabe duda de que sin los Ramones nos faltaría una pieza fundamental para
completar el puzzle o mosaico de la historia reciente de la música
contemporánea. Si en ellos, sin esta familia pelucona y eléctrica, tal vez un
sinfín de bandas no habrían existido, o, como poco, habrían sonado de manera
muy diferente a como lo han hecho. Pensemos en Smashing Pumkins, en Primitives,
en Green Day o en nuestros Nikis, y así podríamos seguir enumerando bandas
hasta rellenar un par de páginas.
Johnny,
en su autobiografía, ejerce de lo que fue y por lo que todos los conocimos: un
auténtico Ramone. Commando es su
testamento literario y vital, su despedida, y como si se tratase de una canción
de la propia banda, es breve pero intenso, directo, puro, sin edulcorantes ni
conservantes, disparo a quemarropa, distorsión interminable, Gabba gabba hey!! Punk, de principio a
fin.
Mi
lectura de Commando puede entenderse
como un virtual e inesperado ejercicio literario. Acababa de concluir la delirante
La calle Great Jones de Don DeLillo,
y si no me concentraba en lo contrario, muy difícil en determinados momentos,
leyendo a Johnny creía que me encontraba ante una continuación de la novela
citada, cuando no ante una milimétrica personificación de su protagonista.
Reservado, republicano –porque entendía que los demócratas pretendían
ser demasiado simpáticos-, encanijado, observador, Johnny Ramone nos muestra
sin ningún tipo de rubor o pudor la trastienda del rock. Las primeras noches en
el legendario CBGD... sigue leyendo en La Tormenta En Un Vaso
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