La
pasada semana volví a enviar una carta, una carta de las de siempre.
Con su sobre, su sello, sus palabras escritas a mano, y todo eso.
Porque una carta tiene su intendencia, su faena, sus previos, su
durante, que es la inquietud de saber si va a llegar a su destino
-nunca dejaremos de poner en
entredicho a Correos, a pesar de su manifiesta eficacia-, y la espera
de la respuesta, si es que se produce. ¿Hay algo más intrigante que
una carta sin respuesta? En estos tiempos de emails como churros,
guasás a cascoporro
y demás servicios de mensajería, todos ellos instantáneos, claro,
y supuestamente gratuitos, enviar
una carta tiene mucho de afecto, tacto, dedicación y hasta de
resistencia. Sí, resistencia, porque requiere de esfuerzo, de
entrega,
de tiempo, porque se trata de un acto artesanal, que hacemos con
nuestras propias manos. Algo que choca con este tiempo no veloz,
atropellado más bien, atolondrado por ello, que premia
lo instantáneo, lo fugaz,
el falso brillo de un segundo. Ya no hay sitio para el humor, gusta
más la ocurrencia, la risotada. Por eso, en este tiempo, como en los
anteriores, y como en los que hayan de venir, ya sean nueva
normalidad o vieja normalidad revival,
yo siempre centraré mi atención y admiraré a todas aquellas
personas y expresiones que me ofrecen algo emocionante que ha nacido
del trabajo, del talento y de la dedicación. De ahí mi admiración
por Clint Eastwood, que hace unos días celebraba su noventa
cumpleaños y sigue ofreciéndonos historias. Y
bien que podría haber dejado de complicarse la vida rodando una
película cada año, como sigue haciendo, y limitarse a vivir de la
gloria alcanzada tras haber firmado
unas cuantas obras maestras. Estoy convencido: quien está infectado
con el veneno de la creación, no puede renunciar a ella, y no quiere
que le suministren el antídoto.
Enrique
Bunbury es otro magnífico ejemplo de artista comprometido y
entregado a su propia creación. Y
no solo eso, también es ejemplo de inquietud, de búsqueda
constante, de permanente inconformismo. Porque el auténtico creador
nunca siente que ha llegado a ningún sitio, no se encuentra
realmente cómodo en ningún lugar;
está plenamente convencido de que siempre hay algo más allá, en
ese territorio que desconoce o que nunca ha visitado. Musicalmente,
Bunbury es un explorador, un errante, un peregrino, siempre a la
búsqueda de un nuevo sonido, de un nuevo camino, de una manera
distinta de ofrecer sus canciones. Posible,
su
último disco, de reciente aparición,
es uno de los trabajos ofrecidos por el
aragonés,
en solitario, que
cuenta con
una
mayor personalidad y franqueza. Un álbum transparente, que en gran
medida pone al músico al descubierto. Diez canciones -once
en la edición especial-, en las que podemos encontrar al Bunbury más
electrónico que hayamos escuchado hasta el momento, ofreciendo así
una nueva versión de él mismo. En
algunos temas, como es el caso de Cualquiera
en su sano juicio,
puedes encontrar ecos de los mejores Depeche Mode, los de Violator,
incluso de Ultravox, aquella banda británica tan fugaz como
brillante. Y en algunos momentos, también crees escuchar un susurro
de Bowie, especialmente en Mis
posibilidades (Interestellar),
que puede entenderse como la deliciosa lectura musical que el
aragonés
realiza de la fabulosa película de Christopher Nolan. Y
como en sus anteriores obras, de la mano de Jose
Girl, Bunbury ofrece una obra global, donde la imagen, los
videoclips, el
diseño o el
vestuario
forman parte de una misma intención.
Pero,
ante todo, y sobre todo, Posible
es un disco muy Bunbury. Su sello y
su personalidad están presentes en todas y cada una de las
canciones. Canciones que, y es la primera impresión que me
transmitieron, rezuman trabajo, dedicación, laboriosidad, que no hay
nada dejado a la improvisación. Y es que Bunbury es talento, es
obvio, pero también la suya es una carrera muy trabajada, muy obrera
en cierto modo, yo lo sigo contemplando como un artesano
de la música. Siempre
habrá que agradecerle al zaragozano que nunca haya sentido la fácil
comodidad del oro pasado, y que siga buscando nuevo oro, su nuevo
Dorado en cada disco.
Nada más que con lo ofrecido hasta ahora, tendría para componer un
repertorio que le permitiría girar hasta que las fuerzas le
flaquearan.
Pero, sin embargo, como en Posible,
Bunbury sigue demostrando que es un creador en permanente
construcción, un proyecto
muy vivo, piel con capacidad de transformación. Y
como en esa carta que mencionaba en el principio, Bunbury forma parte
de esa resistencia que nos sigue explicando que el talento sin
trabajo, esfuerzo y tiempo no pasa, en demasiadas ocasiones, de un
levísimo brillo que no tardamos en dejar de contemplar. La
resistencia es Posible.
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