martes, 2 de junio de 2020

OPTIMISMO, POR FAVOR


Lo reconozco, se me da fatal esto de las fases, las desescaladas y demás nomenclaturas de la actualidad. Si alguien me pregunta qué se puede hacer o no desde este lunes, no sabría que responderle, la verdad. Para esas cosas necesito del día a día, de alguien que me lo diga. Y no es por pasotismo, por desidia o por aburrimiento, es porque no me entero -sencillamente-. Por ejemplo, no me entero de lo que hablan cuando se refieren a círculo de confianza, porque a mí quien se me viene a la cabeza es Robert De Niro, en aquella comedia con Ben Stiller. Tampoco me entero de los aforos, porque nos podemos pegar, y hasta arrejuntar, y por lo visto hartarnos de cerveza hasta las tres de la madrugada, lo nunca visto, pero los teatros, las salas de conciertos y los cines tienen que parecer desiertos. Eso no lo termino de comprender. Pero eso da igual, habiendo Primitiva, Bonoloto y Euromillón, habiendo Liga, que el fútbol ya está aquí, con aficionados robots y todo, y, sobre todo, habiendo bares, todo lo demás da igual, exactamente igual. Que no se pueden presentar libros, que no hay recitales poéticos, que los museos siguen cerrados, que va a ser muy difícil que haya actuaciones en directo en un tiempo, y qué más da, en eso seguimos siendo y estando igual. Al final no se va a diferenciar tanto la nueva normalidad de la vieja normalidad, y es que hasta se parecen mucho. Gemelos que han salido los niños. En los peores días de la pandemia, cuando escuchaba a alguien decir eso de que esto nos iba a ser mejores me daban ganas de reír, a carcajadas, o de recomendarle muy seriamente tratamiento psicológico. ¿Mejores? ¿de verdad alguien creyó eso? ¿En base a qué, por qué, es que no nos conocemos? Si el Congreso es el reflejo de España, si es como esa lata de tomate concentrado que ha chupado el jugo de 15 kilos de tomates, que no lo creo, basta con revisar lo sucedido esta misma semana para darnos cuenta, constatar, que esto no nos ha hecho mejores.
Las desgracias, porque esto ha sido una desgracia, con letras mayúsculas -pero yo no se las voy a poner-, nos pueden endurecer, resabiar, hacernos más cautos y precavidos, menos confiados, pero no necesariamente mejores. O lo que yo entiendo por mejores, claro, que eso ya sería otro debate. Que sí, que aprendemos una lección, pero a lo mejor entregamos demasiado a cambio y el precio no nos merece la pena. Pero seamos optimistas, aunque seamos españoles, que hasta somos capaces de eso, y pensemos que lo peor ya ha pasado. Podemos salir a la calle, sin horarios, sin límites, o eso he creído entender. Esto lo digo, sobre todo, por esos vecinos míos que siguen como zombis pandémicos dando vueltas y vueltas en la azotea, con la que está cayendo. Temo que llegue el día en el que suba a la azotea y solo encuentre, recuerdo de lo que fueron, una gafas o unas deportivas derritiéndose bajo este tiránico sol que nos abrasa. En definitiva, abajo el pesimismo y retomemos el optimismo, aunque solo se trate de un placebo, de un engaño, pero ya está bien de este mal rollo, de este tufo permanente y de ese adorar al gran cascarrabias. Optimismo, por favor, a espuertas, una sobredosis. Que con el optimismo no se come, claro, eso ya lo sabemos todos, pero al menos se padece un poco menos y hasta descubres algunos colores que te alegran el día, aunque solo sea durante unos pocos segundos.
Azaña dijo algo parecido a que si los españoles hablásemos solo de aquello que sabemos, se produciría tal silencio que nos permitiría pensar. ¡Pensar! ¡Silencio! ¡Españoles! A pesar de la utopía, y hasta de la ciencia ficción, yo me adhiero a la fórmula del sabio político. Y es que tal vez ha llegado el momento de hablar menos y pensar más. O mejor, hablar solo justo, y después de haberlo pensado. Esa sería la gran combinación, la que de verdad nos haría mejores, muy mejores, a todos. Que seamos mejores por elección propia y no porque una desgracia, sea del tamaño que sea, nos lo imponga. No es un mal proyecto, todo lo contrario. Hasta saliendo mal, solo con intentarlo, ya habrá merecido la pena.

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