Sí,
hoy escribo de mi nueva novela, autopromoción descarada, lo sé,
pero es que necesito contar algunas cosas
sobre El
lenguaje de las mareas, que
acaba de publicar Almuzara.
Explicar
lo
que me ha supuesto, lo que significa para mí. Que es mucho. Aunque
llega
a las librerías en un momento extraño -en
realidad, tendría que haber llegado hace casi dos meses-, es
una novela muy especial para mí. Y es que tras casi cuatro años en
blanco, esta historia me empujó a sentarme frente a la pantalla del
ordenador. Cuatro
años lejos de la literatura que tal vez han sido necesarios, para
llenarlos de vida, de nuevas emociones, de tiempo. En
cierto modo, puede entenderse esta
novela como
mi reconciliación
con la escritura. Indiscutiblemente,
Carmen
Puerto, su protagonista, tiene mucha culpa de esto. Desde el primer
día, desde
que se coló en mi cabeza, tuve
claro que había llegado para quedarse y
es que nunca
antes un personaje me había enganchado como lo ha hecho esta
inspectora. Y
eso que es muy jodida,
cascarrabias, deslenguada, a ratos maleducada, puñetera
en el más amplio sentido de la expresión. Pero,
también,
muy inteligente, y con una intuición que la hace ser diferente. Una
mujer que vive atrapada
en su propio y sombrío mundo, que
no pasa por su mejor momento,
precisamente,
y a pesar de eso tiene que enfrentarse
a su caso más complicado. Débil
y poderosa al mismo tiempo, Carmen Puerto tiene mucho de todos
nosotros. Pensemos en una cebolla, con sus distintas capas o pieles.
En el interior de El
lenguaje
de
las
mareas
hay
varias
tramas, incluso me
zambullo en diferentes géneros,
más allá del negro. Y
de este modo, a ratos es una novela
que
reflexiona sobre
esta sociedad contaminada
y abrumada por tal cantidad de
información,
hasta
el punto que nos cuesta
distinguir lo fake
de lo cierto.
También
sitúo
el
foco sobre las redes sociales, su uso desmedido, la imagen que
llegamos a trasmitir/recibir a través de ellas, y como eso puede
influirnos hasta
extremos que no nos
podemos
llegar a imaginar. Como, en demasiadas ocasiones, el
binomio juventud y
redes
sociales puede deparar resultados insospechados, al
mostrarse públicamente más de lo aconsejable y ante quien no se
debe.
Aunque
es una novela para adultos, me encantaría que muchos adolescentes
leyeran El lenguaje de las mareas, porque además de sentirse
reconocidos, les puede ayudar a la hora de enfrentarse a las redes
sociales, conociendo algunos de sus efectos colaterales, si no toman
las medidas y prevenciones adecuadas. Lo avanzo ya, antes de que
nadie lo diga: he tomado de la realidad más que nunca a la hora de
escribir esta novela. Más que nunca. Los casos de Asunta, Diana
Quer, La Manada, Marta del Castillo o Laura Luelmo están detrás de
esta historia, de un modo u otro. Por que todos ellos me
sobrecogieron en su momento, y todos ellos coinciden en un mismo y
terrible punto, que no es otro que el de la desigualdad de género.
Que también persiste, y en demasiadas ocasiones de una manera
brutalmente trágica, cuando hablamos de determinados delitos.
Comportamientos que no son peligrosos para los hombres, salir a
correr, trasnochar, ir de fiesta o subirte en el coche de un
desconocido -que todos hemos
hecho en algún momento de nuestras vidas-, sí pueden llegar
a serlo para las mujeres. Un peligro que aumenta, y
considerablemente, si se trata de mujeres jóvenes.
Con
frecuencia, escuchamos aquello de que un punto geográfico se
convierte en el protagonista de una novela. En esta ocasión, lo
puedo asegurar, no se trata de una exageración o de una estrategia
comercial. El lenguaje de las mareas tiene mucho de homenaje a
la Costa de Huelva, a Ayamonte, Punta del Moral, sus playas y
marismas, sus caños, a esa naturaleza que sigue siendo tan bella
como salvaje, turbadora en ocasiones. Y, claro, su luz, única, está
muy presente igualmente. Una luz que es la gran protagonista en la
enorme pieza audiovisual que ha creado Toño Méndez, y que puedes
contemplar en diferentes plataformas (Youtube, por ejemplo). En esa
zona, frontera con Portugal, he sido y soy muy feliz, y si esta
novela consigue que más personas piensen y sientan lo mismo que yo,
lo doy por bienvenido. Me siento, y no exagero, como si fuera mi
primera novela, la primera vez, con esa misma curiosidad e ilusión,
con esa misma intensidad. Ahora me toca contemplarla desde la
distancia y esperar, desear, que llegue a vuestras manos y que la
disfrutéis lo mismo que la he disfrutado escribiéndola. Que ha sido
mucho. Mucho.
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