No es un repaso musical de este 2018 que se apaga como una
vela en la tormenta, para eso están los suplementos culturales, los
especialistas y los centros comerciales. Solo se trata de compartir la música
que he escuchado en los últimos meses y que necesariamente no se ha publicado
en 2018, pero que yo sí la he disfrutado en este tiempo. Pero voy a decir la
verdad, necesito hablar de Rosalía y no sabía cómo hacerlo. Pues sí, yo también
considero El Mal Querer un discazo, una obra cumbre que será recordada, un
nuevo punto en la geografía musical nacional e internacional. Me fascina esa
arquitectura minimalista, ese flamenco emotivo –o lo que sea- desplegado en
cuentagotas, ese duende electrónico. Y me encanta todo lo que rodea a Rosalía,
esos vídeos que parecen rodados por el mejor Bigas Luna, esa pinta cani de
electrodiseño, con frecuencia gracias al cordobés Palomo Spain, y esas
declaraciones con tanto arrojo y firmeza, muy consciente de todo lo que hace y
ofrece. Y es que por gustar, me han gustado hasta los memes, especialmente
delirante aquel en el que competía en protagonismo con la Casa Real. No
mencionaré al C Tangana, tampoco a Niño de Elche. En 2018 un grupo español,
incluido en esa difusa categoría denominada indie, congrega a casi
40.000 personas en un concierto. Vetusta Morla mantienen esa frescura juvenil
de sus comienzos, pero ya es una banda plenamente asentada, que tal vez debería
aventurarse a dar un salto exterior. Tal y como hicieron, años antes, Héroes
del silencio el primer grupo español que llenó estadios, dentro y fuera de
nuestro país. Enrique Bunbury no solo sigue en activo artísticamente, que a
veces suena a expresión lastimera, es que sigue estándolo a un nivel muy alto
creativamente, lo que le permite ofrecer espléndidos trabajos, como es Expectativas,
además de unos directos memorables, con seguridad los mejores de su carrera, en
gran medida gracias a la compañía de Los Santos Inocentes, la banda que le
acompaña.
Coque Malla es otro veterano con ímpetu juvenil. Lo que ha
cosechado en los últimos años, y muy especialmente en este 2018, no es más que
la lógica consecuencia de una de las trayectorias más sólidas, coherentes y
brillantes del rock nacional. Volvamos al indie, aunque ya nadie quiera ser
indie. Sidonie y Lori Meyers han cumplido 20 años de trayectoria, y lo celebran
con recopilatorios y demás festejos. En este 2018 he descubierto a Viva Suecia,
que considero la mejor noticia de la música española en los últimos años. Tanto
en directo como en estudio, el suyo es un sonido genuino, personal, afilado y
emotivo al mismo tiempo, que escapa, verdaderamente, de cualquier etiqueta.
Llámelo Rock, que acertará. En su siguiente disco, en fase de grabación, han de
revalidar todos los halagos, y tengo la impresión que lo lograrán,
sobradamente. En este apartado de descubrimientos, anoto el aparatoso nombre de
Rufus T Firefly, psicodelia vitalista y ecologista, que todo es posible, claro
que sí. Más que interesante, igualmente, la banda paralela de Víctor, cantante
de Rufus, Mucho, y que puede entenderse como su versión más Pop. No me olvido
de otros murcianos, Second, que han regresado con nuevo trabajo. Espero que sea
el que definitivamente les empuje a los escalones que realmente merecen, más
arriba de la escalera.
Todas estas bandas, la música, no existirían o no las
conoceríamos sin los canales de difusión. Una buena noticia de 2018 ha sido el
regreso de la música en directo a la televisión. No era tan difícil, bastaba
con querer. Y ahí tenemos a La Hora Musa, en La 2, Sesiones o Canciones
que cambiaron el mundo, ambos programas de Movistar, para demostrarnos que
la música en vivo tiene su público, como poco el mismo que llena los
festivales. Acabemos hablando de ellos, de los festivales, que se han
convertido en una especie de Alemania –con respecto a Europa- de la economía
musical española: es mucho el dinero que mueven, porque somos muchos los
consumidores. Que algunos son auténticos batiburrillos estilísticos,
indiscutible, que bastantes son calcos de otros, claro, los nombres que giran
son los que son, y que pueden llegar a ser caros, depende, haga la cuenta. Con
sus ventajas y sus inconvenientes, propician que haya algo parecido a una
industria musical en nuestro país, demostrando que economía y cultura pueden ir
en la misma frase. Que no es poco. Porque mientras la música siga sonando,
habrá esperanza.
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