Y
se acabó esta Navidad, que en mi caso particular ha sido extraña,
atípica, emocional y difusa. Incluso feliz, de otra manera, sin la
expresividad de la felicidad habitual. Ya se marcharon los Reyes
Magos, dejando tras de sí una estela de carbón, magia y sonrisas. Y
tal vez alguna ilusión maltrecha. En la generalidad siempre hay una
excepción, que confirma la regla o la economía de escala, depende.
Para este año no he redactado una lista con mis propósitos y
enmiendas, ese programa electoral que nunca cumplo, ni aun pactando
con mis otros yo. Y es que hay pactos que son un abrazo al diablo o a
un erizo en estado de pánico, escoja. Pan para hoy y hambruna
venidera, dice el refrán que se suele cumplir, y que algunos no se
quieren aplicar. De haber confeccionado esa lista para este 2019, no
me cabe duda de que en los primeros puestos habría escrito:
abandonar todos los grupos de guasa. Todos, sin excepción. Sí, he
dicho todos. Tengo una relación inestable con esta aplicación, la
verdad sea dicha, me asquea, divierte, entretiene y aburre con
semejantes intensidad y densidad –y hasta velocidad-, y para ello
solo me basta saltar de un grupo a otro. Me han explicado, ya varias
veces, pero yo no lo termino de entender, debe ser eso, que mi
problema radica en que el guasa no es país para la ironía, ni la
propia ni la ajena y que por eso no termino de entender ciertos
mensajes. Será eso. Lo que tengo claro es que el aburrido, el
tocapelotas y el chismoso encontraron su paraíso terrenal, sin
olvidar sus aspectos más positivos, que alguno tendrá, digo yo.
Durante años, en esa lista que no he escrito para este 2019, siempre
coloqué dejar de fumar en un lugar destacado. Ha sido decirlo y el
mono se ha colado en mi cabeza –pero cómo es la adicción, siempre
ahí, al acecho-. Tres años sin humo cumpliré en este 2019, algo de
lo que me siento especialmente orgulloso, por salud, constancia y
personalidad. Ahí queda eso. La autocrítica en el congelador.
Recuerdo
años en los que necesité más de una hoja para elaborar la lista de
propósitos y enmiendas, recuerdo años en los que gasté más de un
boli, un bic azul, que eso tiene un kilómetro de palabras, como
poco, y a lo mejor me quedo corto. Puntilloso, exigente,
inconformista, de todo un poco. Puede que con el tiempo haya
entendido, a costa de malgastar hojas y secar bics, que no merece la
pena imponerse tanto, que luego no somos capaces, y que, tal vez, con
intentarlo, pensarlo, y hasta meditarlo, ya deberíamos estar
contentos. Porque en lo esencial, en lo más básico, en la raíz, no
cambiamos nunca. Nos retocamos un poco, maquillamos con cal los
defectos más graves y evidentes, esas protuberancias de la
superficie, y seguimos tal cual. Podemos cambiar alguna coma, algunas
frases, pero nuestra particular historia ya tiene su estilo
predeterminado. Personal e intransferible, construido a fuerza de
años y decenas de listas incumplidas que ya no recordamos.
Si
escribiera esa lista que he escrito otros años, para este 2019
tendría que pedir constancia, paciencia y algunas curvas de menos en
el camino, que tampoco soy un amante de las carreteras de montaña.
Precaución, amigo conductor. Aunque quién dijo miedo, que es un gas
paralizante, y bloqueante y no sé cuántas cosas más. El miedo,
mejor en el altillo, junto a esas hojas garabateadas con todas las
listas que jamás se convirtieron en la realidad de nuestros días.
También escribiría otras cosas que me guardo, que son como esos
deseos que si se pronuncian en voz alta no se cumplen, y yo comparto
ese miedo. Vaya, otra vez me ha salido la palabreja, y no, fuera, que
al final tendré que hacer una lista y escribir en primer lugar No
Miedo o Prohibido Pronunciar la Palabra Miedo. Aunque el esconderlo
no te impide sentirlo. En cualquier caso, lo ignoro en la despedida y
trataré de ignorarlo en los días por venir, en este nuevo año que
se extiende como una niebla escocesa ante mi mirada. Comenzamos, con
o sin lista, es indiferente, el camino y la vida forman parte de los
propósitos y enmiendas. Papel y boli.
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