Convivimos con el 25 de noviembre, Día Internacional
Contra la Violencia de Género, como si siempre se hubiese celebrado, pero la
realidad es bien distinta. Fue hace solo 10 años, 10, no más, en 2008, cuando
la ONU tiñó de negro o de rojo, por desgracia son sus colores, este día en el
calendario. Es decir, la Violencia de Género, tal y como la conocemos e
identificamos actualmente es un hecho reciente, y me refiero obviamente a su
definición y catalogación, porque la violencia hacia las mujeres es un hecho
inherente a la propia historia de la humanidad (qué raro suena en este contexto
la palabra “humanidad”). Este dato representa a la perfección el lugar que han
ocupado las mujeres a lo largo de los siglos, la importancia que les hemos
concedido, los derechos que han tenido. No solamente invisibles,
invisibilizadas, también maltratadas. Y tengamos en cuenta que todavía son
muchos los países que siguen sin tipificar la Violencia de Género, algunos de
ellos pertenecientes a eso que conocemos como mundo civilizado (esa expresión
que en demasiadas ocasiones, como en ésta, es pura ironía). Otro 25 de
noviembre nos volveremos a horrorizar, a escandalizar, cuando escuchemos y
leamos las cifras que depara este horror que ya basta de definir como una
lacra, como si se tratara de una gripe o de una alergia ante la que no tenemos
antídoto. Lamentablemente, habrá quien no se escandalice, quien no sienta ese
pellizco en el estómago, y que hasta argumentará que está harto de escuchar
siempre lo mismo y tirará de las coletillas de siempre: denuncias falsas,
feminazis, toda la vida de Dios, por qué no hay un día contra la violencia
contra los hombres y demás tonterías y barbaridades que los de siempre suelen
esgrimir en un día como éste. Esta ignorancia premeditada, esta lejanía
escogida de la realidad, ni me sorprende ni me entristece, simplemente me
provoca el mayor de los desprecios y mi rechazo más frontal. También me provoca
y produce asco y repulsión. No soy como ellos, no quiero convivir con ellos, no
forman parte de mi sociedad.
El próximo domingo, 2 de diciembre, los andaluces estamos
llamados a las urnas. Curiosamente, yo soy uno de esos votantes que se lee los
programas electorales y que están muy pendientes de lo que dicen los candidatos
en la campaña. Y algunos candidatos, ellos muy especialmente, apenas han
nombrado la igualdad, la perspectiva de mujer o la violencia de género en sus
intervenciones y programas. Indudablemente, que Bonilla lo hiciera sería pura
ironía, si tenemos en cuenta que durante su época en el Gobierno de Rajoy se
recortaron muy drásticamente las partidas destinadas a igualdad y violencia de
género, y de Marín, que hace lo que le dicen desde arriba, y el de arriba
siempre ha mostrado un especial rechazo a las políticas de género, partamos de
la denominación nada inclusiva de su partido, tampoco espero nada. No puedo
comprender esta animadversión de algunos partidos por las políticas de género,
que siguen considerando como un adorno, como malgastar el presupuesto, y no
como lo que realmente deben ser: una prioridad.
Desde que asumimos y verbalizamos la violencia de género como tal (quien
ya la ha asumido, que no hemos sido todos), teniendo claro quiénes son los
verdugos y quiénes las víctimas, hemos comenzado a contar con una percepción
más clara, más dimensional, de este trágico y complejo fenómeno. Y hemos
empezado a ser conscientes de todas las violencias que sufren las mujeres, como
son la trata, la prostitución, el acoso, la cosificación, la desigualdad salarial,
la mutilación genital o los matrimonios forzosos, y me temo que podría seguir
citando otros muchos ejemplos. El conocimiento de la violencia de género, el
poder señalar su origen y causas, te reporta un sentimiento muy ingrato al
tener plena conciencia de todo el tiempo en el que la hemos consentido de un
modo u otro. La hemos tenido muy cerca, nos ha rozado y en cierto modo, la
hemos permitido e incluso tolerado, porque tal vez no tuvimos conciencia de su
alcance real, y solo veíamos, o queríamos ver, la punta del descomunal iceberg.
Con frecuencia desde la ignorancia, sí, pero, tal y como sucede con el
conocimiento de la ley, eso no nos exime de nuestra culpa.
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