Me gustaría escribir sobre el maravilloso disco de Depeche
Mode, titulado de ese modo, Ultra, y en el que nos ofrecían una
colección de canciones tan grandiosas como atemporales. Y también me gustaría
escribir sobre la revista del mismo nombre, a veces V-ltra, de plena vigencia
en el primer tercio del Siglo XX y por cuyas páginas desfilaron autores de la
talla de Rosa Chacel, Vicente Huidobro, Buñuel o Gómez de la Serna. Pero no,
estos ultras de los que hoy escribo no tienen nada que ver con la cultura, no
han supuesto nada y espero que no supongan nada en el futuro, a pesar de que el
panorama internacional, e igualmente el nacional, me empujen a creer lo
contrario. Están ahí, al acecho. Yo lo descubrí esta pasada semana, cuando tuve
el “atrevimiento” de criticar en un tuit sus propuestas electorales
sobre igualdad y Violencia de Género. Días después he seguido recibiendo
respuestas, descalificaciones e insultos por diferentes canales, porque parece
ser que hasta Twitter se les ha quedado pequeño. Eso sí, en un 99% por medio de
cuentas falsas, supuestamente alimentadas por nombres absurdos y avatares
grotescos, imagino que robots la mayoría, manejados por el estratega de turno,
pagado con no sé qué dinero. Con lo que me demuestran, para mi temor y desconcierto,
que cuentan con medios, que están organizados, que ya no son tres islas
perdidas en mitad de un océano de normalidad. No. El océano, hoy, gracias a
estos personajes, y a quienes los alientan, de un modo u otro, es mucho más
peligroso, más duro, más frío y abisal. Sin embargo, yo voy a seguir remando,
cuando pueda, como pueda, en esta tronera, en un tuit, en un comentario, en un
post, y estos personajes, reales o robotizados, no me van a callar. Me podrán
seguir incordiando o insultando que no lo van a conseguir, porque eso es
precisamente lo que quieren, lo que siempre han querido y que no es otra cosa
que una sociedad callada, dominada y atenazada por el miedo, obediente, sumisa.
Conmigo que no cuenten, siempre me tendrán enfrente y siempre me tendrán
advirtiendo a mis posibles lectores de sus peligros, de la amenaza real que
suponen.
Y hoy lo vuelvo a repetir, derogar la actual Ley
Contra la Violencia de Género es una aberración que no merece ninguna
discusión, ni un solo segundo le voy a dedicar al tema. Es como discutir sobre
las bondades de respirar. Como también es una aberración combatir el feminismo
como si se tratara de un nocivo elemento que nos contamina, porque es
justamente lo contrario. Es perverso, incluso inmoral, utilizar las supuestas
denuncias falsas, que son insignificantes si tenemos en cuenta las miles de
mujeres que padecen la Violencia de Género, como arma arrojadiza en el
enfrentamiento político. Cómo explicarles que determinados asuntos no se pueden
manipular, manosear, que el fin no justifica todos los medios. Y sí, yo también
los considero machistas, y me parece pingüe el adjetivo. Las políticas sobre
inmigración que promulgan, aparte de ilegales, ya que atentan contra la
normativa internacional, son absolutamente inhumanas, desprovistas de cualquier
valor que tenga que ver con la solidaridad, negándoles todo a quienes no tienen
nada. Y no hablemos del apropiacionismo que realizan de los símbolos
nacionales, aunque a veces tengo la impresión de que les gustaría exhibir otros,
de ese pasado infame del que no repudian.
Me preocupa mucho, muchísimo, que haya partidos
políticos, supuestamente normalizados en el espectro democrático español, que
consideren que comparten ideas y planteamientos con esta radicalidad y que
lleguen a considerar como una posibilidad real el alcanzar acuerdos de
gobernabilidad. En cierto modo, por todo lo que supone de engaño a sus posibles
electores, este camaleonismo político puede llegar a resultar más peligroso de
lo que imaginamos, al convertirse en una especie de Caballo de Troya, de atajo,
propiciando la llegada de los ultras a las instituciones. Y todo no vale. Un
brindis en la despedida, claro que sí, yo también brindo por España, pero por
una España en la que estas ideas no encuentren nunca acomodo en los asientos de
ningún parlamento, por una España generosa y solidaria con el que lo pasa mal,
por una España entre iguales. Por una España del SÍ. Por una España en la que
la inmensa mayoría nos sintamos cómodos, porque la radicalidad no es representativa.
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