¿Habrá algo más español que la siesta? Podemos echarla a
pelear con la paella, la tortilla de patatas, la envidia, el qué dirán, las
barras de los bares y el gazpacho y ya veríamos quién gana. Puede ser que, como
en las primarias del PP, por eso de los muchos contrincantes, que las fuerzas
se diluyan en beneficio del gran favorito. Mi gran favorita es la siesta, no me
cabe duda. Pero volvamos a los del PP, que puede ser un tema muy de siesta, de
sobremesa, entre bostezos, chupitos y solos con hielo, largo americano. Ni
tenían los másters que decían tener, ni tenían las cuentas que decían tener,
pero es que tampoco tienen los militantes que nos habían contado, esos millones
y millones. Yo comprendo que eso de las cuotas fuera algo aleatorio, no exigible,
que se tomara un poco a la ligera, porque pasta, lo que se dice pasta, han
manejado, y así nos lo han contado los jueces. Los jueces, que no lo hemos
leído en la edición digital de un periódico de investigación, no, que está
contrastado. Pero volvamos a la siesta
que es un tema que me apasiona profundamente, muchísimo, y tal vez porque rima
y hasta se confunde con fiesta, que las vocales hermanan más de lo que
imaginamos. Y, además, como la cultura, como las razas, como los géneros, como
cualquier cosa o ámbito que nos enriquece, me gustan las siestas por su
diversidad, o me gustan las diversas siestas, que también es una manera de
decirlo, con su trasfondo matemático y todo. Porque está la siesta reparadora
tras una mala noche, que te reporta ese sueño perdido. Está la siesta sanadora,
que es cuando te has acostado a las tantas, con frecuencia en mal estado, y que
como tienes la “hora cogida” y no has dormido nada, la siesta acaba por
curarte, parte de las heridas. Está la siesta instantánea, en la que sueñas y
todo y apenas has dormido seis minutos. Está también la siesta de babita, de
labio colgando, de pijama y orinal, en honor a Cela, y que te deja atontado
durante varias horas. O la siesta cervecera, incluso asalmorajada, que no sabes
si es agradable o nauseabunda en su paladar, y que tan mal despertar conlleva.
No me puedo olvidar de la inigualable siesta Tour de
Francia, sobre todo en las etapas llanas, donde el rodar de las bicicletas y la
narración del locutor actúan como burundanga audiovisual, consiguiendo anular
todos tus sentidos cuando menos te das cuenta. O la siesta llanuras del
Serengueti, que comienzas a cabecear cuando esa joven leona se inicia en el
aprendizaje en la caza de las gacelas Thomson, que vienen a ser algo parecido a
sus Macdonalds, y cuando tratas de abrir los ojos ya es una leona abuela que
espanta las moscas con desidia. De cuando en cuando, cada cuatro años
exactamente, tenemos las siestas olímpicas y ahora estamos disfrutando de las
siestas mundialistas. Y llega ese momento concreto, como por arte de magia, o
por arte de siesta, en este caso, que no sabes si el gol de Senegal clasifica a
Dinamarca, o si es Suecia la que pasa porque alguien ha metido un gol en el
Costa Rica contra Suiza, y se te queda cara de Maradona celebrando un gol de
Argentina. La que ha tenido que soportar este hombre, que yo creo que ha batido
el record mundial de memes, que estaba en propiedad de Rajoy, en dura
competencia con Donald Trump.
Que la siesta cuenta con grandes beneficios para
nuestra salud, eso ya no hay quien lo dude, pero es que, y no menos
importantes, los beneficios espirituales, sociales, antropológicos y hasta
sexuales, y usted sabe de lo que hablo, también han de tenerse muy en cuenta. Y
así, no es de extrañar que en Madrid ya haya una especie de hotel para siestas,
por un módico precio puedes regalarte una cabezadita en pleno centro, escapando
por unos instantes del bullicio de la gran ciudad. Es tan importante la siesta
que la hemos convertido en verbo y la conjugamos en todos los tiempos posibles.
Yo me inclino por el presente, el ahora, la siesta inmediata, la que ya siento
que llega. Sin embargo, la siesta metafórica, así como el verbo en su opción
irónica, incluso despectiva, no me interesa en absoluto. Cerrar los ojos, cuando
nos apetezca, por placer o necesidad, pero no por no querer ver lo que la
realidad nos muestra. Y eso que también puede entenderse como una seña de
identidad muy española. Vaya que sí.
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