Un enviado especial, en la entrada del local, micrófono en
ristre nos informa a toda velocidad: mientras en el Congreso de los Diputados y
Diputadas tiene lugar una de las sesiones más determinantes que se recuerda en
la historia de nuestra Democracia, como consecuencia de la Moción de Censura
presentada por el Grupo Socialista, el Presidente del Gobierno se ha encerrado
en el restaurante que ven a mi espalda, Alhambra, acompañado por los miembros
más destacados de su partido. Los recientes acontecimientos vaticinan que la
Moción de Censura, por primera vez, puede prosperar, por lo que el encierro de
Rajoy provoca mayor estupor si cabe. Como siempre, su estrategia es la de no
hacer nada, sentencia un tertuliano y los compañeros de mesa cabecean
afirmativamente. Seguimos apostados a las puertas del restaurante Alhambra, a
escasos trescientos metros de la calle Génova, a la espera de algún
acontecimiento que se produzca desde el interior. Hasta el momento solo disponemos
de algunas informaciones, sin contrastar, ya que no se tratan de fuentes
oficiales. En una de ellas, nos trasladan la extrañeza inicial de la
Vicepresidenta, Soraya, compañera de escaño en el Congreso, por la ausencia del
todavía Presidente. Cuentan que nada más preguntarle que qué estaba haciendo,
Rajoy le respondió: sentado esperando a que llames, a lo que ella,
Soraya, no dudó en replicar: la gente está esperando a que vengas a explicar
que todo ha terminado. Cuentan que Mariano Rajoy hizo ademán de levantarse,
pero que Arriola lo agarró de un brazo, lo atrajo hacia él, y muy bajito y muy
cerca del oído le dijo: si esto se acaba, y todo tiene que acabar, no
tendrás a nadie en quien confiar. Según estas mismas informaciones, no
oficiales, Rajoy se separó una cuarta de Arriola, y que tras mirarlo con un
gesto que mezclaba la sorpresa y tal vez el desengaño, respondió: es
imposible que hayas olvidado lo que los dos podemos hacer. Casado, en la distancia, y en completo
silencio, seguía la conversación, con un libro de Derecho Constitucional entre
las manos, mientras que tarareaba: El verano que estuviste en la playa, y yo
estaba solo en casa, sin saber lo que pasaba.
Aunque no sucede nada relevante, como si se tratara de la
última edición de Gran Hermano, no puedo apartar la vista de la pantalla
de televisión. El corresponsal, con evidente gesto de fatiga, ojeroso y con
barba creciente, siete días después sigue esperando en la puerta de acceso del
restaurante Alhambra la salida del que ha dejado de ser Presidente del Gobierno
español y algunos de sus colaboradores más directos. Por fin, cuando los
bostezos iban camino de tic, la puerta se abre y hace acto de presencia Rafael
Hernando, que ante la insistencia del corresponsal responde: cada vez que
intento hacerlo, apareces justo en medio. Solo una pregunta, reitera el
periodista, cuál ha sido la reacción de Rajoy al conocer la composición del
Gobierno de Sánchez. Dios me tendrá que proteger, si eso es cierto,
apenas puede suspirar Hernando, nada más escuchar la noticia.
Moragas, como si se dispusiera a batir una plusmarca olímpica, abandona
corriendo el establecimiento, a tal velocidad que al corresponsal le es
imposible seguirlo. Regresa apenas unos minutos después, con todos los
periódicos del jueves, 7 de junio. En esta ocasión sí consigue abordarlo el
periodista, y a la pregunta sobre su nuevo puesto en la ONU, Moragas responde: yo
no he conseguido nada a cambio. La conversación concluye con los gritos que
escapan desde el interior del restaurante, proferidos por María Dolores de
Cospedal, ¡11 ministras, 11 ministras, cómo es posible!, grita, tenemos
muchas cosas que aprender, le recrimina Soraya ante la cámara. A tropel,
sin orden, puro desconcierto, comienzan a abandonar los líderes del Partido
Popular el restaurante. Mientras unos hacen por seguir el ritmo de Soraya,
otros tratan de no perder de vista a Cospedal. Margallo grita ¡Feijóo,
Feijoo, ¿qué va a pasar si no lo es?! Pasados unos minutos, acompañado por
dos camareros, con los que parece haber entablado amistad en esta semana de
encierro, aparece un sonriente y despeinado Mariano Rajoy. Una breve
declaración, le solicita el corresponsal. Rajoy, tres fundirse en un abrazo
con los camareros, responde: Prometimos que no cambiaríamos jamás. Fin
de la emisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario