Tus hijos estarán en su
palco de congelado yeso, divertidos, mirando increíbles proezas de cowboys
celestiales, y yo, ya sabes dónde: impares, fila 13.
Empezar, todo joven, de nuevo aquel amor es como
abrir de pronto cerrado gabinete irrespirable de agonía suntuosa. Paseaba por Roma, pensando
en el artículo que le pretendía dedicar, cuando me llamaron para contarme que
Pablo García Baena acababa de fallecer. En ese preciso momento, yo pensaba y me
entregaba a lo que Pablo entregó toda su vida, a la belleza. A buscarla, a
cultivarla, a sentirla, a disfrutarla, a amarla. Si Sorrentino hubiera conocido
a Pablo lo habría convertido en personaje de sus películas, de todas, no me
cabe duda. Como asesor, silencioso y sabio cardenal, confidente, en el Joven
Papa. Escritor taciturno y voyeur en Juventud y, sobre todo,
le habría disputado el protagonismo a Gambardella, ese amante de la belleza en cualquiera
de sus manifestaciones, en La gran belleza, esa película maravillosa que
el mismísimo Fellini habría disfrutado y admirado como si se tratara de una
obra propia. Se nos ha ido Pablo dejándonos esa loca pulcritud que tan bien le
definía y en la que, en cierto modo, convirtió su vida. Porque la suya fue una
vida Fontana de Trevi, profunda y excelsa, bella y atropellada, melancólica y
agitada al mismo tiempo, recatada y observada, bella en su desafío y en su
aparente blancura. Umbral llamó a sus gatas Loewe y Pasionaria,
que casi puede entenderse como una perfecta síntesis de lo que fue su vida, y
también lo podríamos aplicar a la de Pablo. No era el amor y se llamaba Antonio. Hablaba
como un indio del Far- West. Pablo alternó, con idéntica habilidad y
naturalidad, los piropos a los obreros, la evocación de los amantes furtivos,
con la solemnidad de un pregón de Semana Santa o un café en el Círculo de la
Amistad. Y no lo hacía por protección o falso decoro, ambos mundos componían su
mundo, su particular mundo en el que buscar y encontrar la belleza.
La poesía de Pablo cuenta con la sorprendente
luminosidad del Panteón de Roma, esa cúpula mágica en la que se suspenden los
copos de nieve en los días más fríos del invierno. Cuando el frío también es
belleza en Roma. He leído en decenas de ocasiones Palacio del cinematógrafo,
ese poema que Ang Lee debería haber leído las mismas veces que yo antes de
filmar Brokeback Mountain, esa secreta historia de amor entre vaqueros. Tus hijos estarán en su
palco de congelado yeso, divertidos, mirando increíbles proezas de cowboys
celestiales, y yo, ya sabes dónde: impares, fila 13. Un poema tan melancólico
como trágico, tan bello como luminoso, que sintetiza a la perfección una
historia de amor clandestino. Memoria, realidad o el deseo. Sin previo aviso,
Pablo se presentó en la presentación de El sentimiento cautivo, una
novela en la que narro las vivencias de un grupo de poetas, pintores, artistas,
en la Córdoba de los años cincuenta y sesenta. Durante su redacción, Pablo
siempre estuvo en mi cabeza, y he de reconocer que tuve que camuflarlo y casi
emborronarlo para que no se pareciese al protagonista de la historia. Pero era
él. Y puede que el propio Pablo lo supiese, pero nunca me lo dijo, tampoco yo
se lo pregunté. La mermelada duró más que el amor. Recuerdo que un día
hablamos de nuestro colegio, los dos estudiamos en el mismo, en el López
Diéguez, aún se acordaba de la vivienda de los porteros y de la fuente del
patio. Y también se acordaba de los naranjos, y de la cal, de esa infancia que
nunca abandonó definitivamente.
Lo tituló Los campos Elíseos y yo siempre me confundo y lo titulo
El Coliseo, porque es un poemario imponente que se contempla y admira
desde la distancia, como si viajáramos
tras Gregory Peck en esa Vespa que recorre la interminable avenida. No
podríamos entender la poesía del Siglo XX, o la poesía de cualquier siglo, sin
la obra de Pablo, impregnada de esa belleza a la que le dedicó su vida. Capilla
Sixtina de azules interminables y rojos abrasadores, poética de la sensibilidad
en su más perfecta definición, helado de fresa y Barroco, aljibe y taberna,
Laocoonte y Pasquino, foie y salmorejo, callejuelas y paseo marítimo, costa de
los sueños, fila 13 y Carrera Oficial. Cuando regrese al fuego suicida de mi
patria definitivamente tú habrás muerto. Los que sentimos el aliento de la
belleza seguiremos recordando y leyendo a Pablo, necesitados de latido y
abrazo, de palabra y luz. Hasta siempre, maestro.
El Día de Córdoba
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