En la recién celebrada gala de entrega de los Globos de
Oro, y no me olvido de esa coletilla que tantas y tantas veces hemos escuchado,
como si se tratara de un mantra cinematográfico: antesala de los Oscar de
Hollywood, la práctica totalidad de las invitadas, buena parte de ellas
componentes de la galaxia de las estrellas más rutilantes del universo del
celuloide, decidieron embutirse en vestidos y trajes negros, como repulsa y
denuncia por las últimas y escandalosas revelaciones, en las que muy
influyentes productores y consagrados actores han empleado su poder, y hasta su
fuerza, para conseguir favores sexuales de las actrices, también de intérpretes
masculinos, en sus primeros tiempos, especialmente, cuando iniciaban sus
carreras. Esas historias casposas, rijosas y denigrantes de otro tiempo que
siguen vigentes en este tiempo, como si siempre estuviéramos, sobre todo en lo
relativo a las mujeres, en el aquel otro tiempo, permanentemente instalados en
la caverna. Gestos, miradas, intervenciones al respecto, emocionante el alegato
de la celebérrima Oprah Winfrey, a la que ya contemplan
como una futurible candidata a alojarse en la Casablanca, siempre y cuando
Michelle Obama no se decida a dar el paso, añadiría yo. Efecto dominó el que se
ha producido, cada poco conocemos un nuevo caso, un nuevo rostro conocido sale
a la palestra, salpicado de acusaciones, y todo indica que esto no ha hecho más
que comenzar. A este paso, el brillo que presuponíamos no va a pasar de oscura
sombra y el glamour acabará siendo un finísimo y mentiroso barniz con el que
ocultar toneladas de herrumbre y basura.
A pesar de la tragedia que se esconde tras estos hechos,
de la evidencia machista que muestran y rezuman, caspa gruesa, hay quien
argumenta que no entiende estas denuncias pasado el tiempo, sobre todo porque
en algunos casos les sirvieron como trampolín para alcanzar el éxito. Vamos,
que lo entienden como un peaje a pagar para lograr el triunfo. Tragar con lo
que sea. Tragar. En Francia, algunas actrices e intelectuales han firmado un
manifiesto en el que solicitan que no regresemos al puritanismo. Así, con esa
mera explicación, en el titular, estoy de acuerdo, no puritanismo, siempre del
lado de la libertad, por supuesto, ya sea cultural, político, religioso o
sexual, faltaría más, pero cuando leo la letra pequeña del manifiesto franchute
ya me gusta menos y como que me salgo de la fila. Y es que no se puede
confundir flirteo con abuso de poder, como tampoco se puede equiparar la
coacción con una invitación a nada ni la atracción con “esto es lo que hay”,
porque por esas reglas de tres se acaba admitiendo la prostitución como una
relación laboral entre iguales que debe ser regulada administrativamente,
justificando la brecha salarial como un lógico proceso económico o volviendo a
adjudicar el cuidado de las familias a las mujeres como un elemento de cohesión
social. Porque esos argumentos salen a la palestra cuando las cosas se tuercen
y el torniquete nos aprieta el gaznate. Así está escrita, desgraciadamente, la
historia de las mujeres. En tiempos convulsos, cuando se producen fracturas en
la sociedad, ya sean económicas, laborales o culturales, ellas son siempre las
que pagan los platos rotos. Siempre.
Es más, siempre dudamos de las mujeres, sobre todo cuando
creemos ver el menor resquicio para dudar, porque en realidad lo que queremos
es dudar, y mucho más que dudar, acertar, culpar. Y dudamos con el caso de la
patéticamente célebre Manada y dudamos con Diana Quer, como en su día
también dudamos con Marta del Castillo. Si intuimos un error, una mala postura,
una imagen que consideramos improcedente desde nuestra visión de hombres, si
algo no es como entendemos que debería ser, como debería ser bajo nuestra
opinión de hombres, cuestionamos a la mujer, ya tenemos preparado un pero, una
duda, un recelo. Claro, ahora protestan, cuando son famosas y ricas, pero
por qué no lo hicieron antes, decimos, es que vaya las fotitos que
mandaba, argumentamos, vaya Instagram que tenía la niña, alguien
comenta en la barra de la cafetería con absoluta naturalidad y así todo. Hasta
contemplamos un punto de frivolidad, de pose o de teatralidad, en esas
estrellas del celuloide desfilando por la alfombra roja, vestidas de negro.
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