No es que me guste la política, que me gusta, y mucho, me
encanta, hablarla, discutirla, posicionarme, enfrentarme, siempre desde el
respeto, por supuesto, es que la entiendo como un elemento esencial para el
desarrollo y evolución de cualquier sociedad, si pretende cumplir con su
primera definición académica: conjunto
de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes. Yo
añadiría, si me lo permiten, pacíficamente y en libertad. La política,
entendida como servicio público, yo no la entiendo ni concibo de otra manera,
es la que propicia que evolucionemos, que nos gobernemos según así considere la
mayoría, respetando nuestras libertades y derechos, y recordándonos nuestras
obligaciones, porque todos los ciudadanos, de un modo u otro, tenemos
obligaciones, también. Hablo de Democracia, claro, que la política ha de
garantizar, velar, promocionar y mimar. Lo otro, llámese como se llame, venga
de venga, es otra cosa, póngale usted el nombre, no es política. Entendiendo la
política como un elemento fundamental de nuestras vidas, de nuestra sociedad,
jamás podré comprender a todos aquellos que se empeñan en difamarla,
ensuciarla, menospreciarla o ridiculizarla, porque esa estrategia, perversa y
habitualmente malintencionada, se vuelve contra todos nosotros tarde o
temprano. Contra todos, sin excepción. Soy de los que piensan, fíjese usted,
que hay que dignificar la política y, por tanto, hay que dignificar a quienes
la ejercen: los políticos. No hablemos de esa entelequia que es “la clase
política” que no la humaniza, que la deja sin rostro, sin alma. Hablemos de los
hombres y mujeres que la ejercen, desde los más diferentes posicionamientos
ideológicos, y a los que considero en su inmensa mayoría honestos,
comprometidos y trabajadores. Sí, me ha escuchado bien. Y sí, claro que he oído
hablar de los casos de corrupción y que afectan a todos los partidos políticos,
claro que sí, pero eso no cambia ni mengua mi concepción de la política y de
quienes la ejercen. Porque lo queramos o no, los corruptos siguen siendo una
casi insignificante proporción del total, le pido que haga la cuenta.
Si aplicásemos ese “todos son unos chorizos” a los
diferentes ámbitos sociales, deberíamos dar por supuesto que todos los
sacerdotes son unos pederastas, todos los futbolistas unos defraudadores de
impuestos, todos los médicos unos negligentes, todos los mecánicos, taxistas o
fontaneros unos ladrones y todos los hombres unos machistas que maltratan y
asesinan a las mujeres, y no, no es el caso, porque afortunadamente hablamos de
excepcionalidades. Que retumban mucho, que cuentan con gran espacio y eco en
los medios, claro, y es lógico que suceda, ya que los políticos se ocupan de
algo muy preciado, de eso que llamamos lo público, lo común, lo que es de todos.
Por eso no puedo entender, no me cabe en la cabeza, ese permanente empeño por
menospreciar la política y... sigue leyendo en El Día de Córdoba.
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