No sé si lo de la metedura de pata de los Oscar fue una
gran estrategia informativa/viral para que la Academia americana eclipsara todo
el horizonte comunicativo del mundo mundial. A estas alturas del partido, como
usted comprenderá, yo ya no descarto nada, pero nada, sobre todo si uno tiene a
bien asomarse o zambullirse en la piscina mediática que cada día nos plantan
enfrente. Y es que cuando no falta agua, y el testarazo es de campeonato, nos
encontramos que es un fangal, donde las pirañas y las sanguijuelas se crían en
su paraíso soñado, esperando para devorarnos. Ya puestos, visto el panorama,
como que me quedo con el revuelo de los Oscar, con esa cara de Warren Beatty,
en cómo trató de traspasarle, con ese pedazo de hipoteca, el marrón a Bonnie/Dunaway,
o con el arrojo del productor reconociendo el triunfo del adversario, Moonlight
–Luz de Luna-, una película bella y dura que muchos deberían ver, por
pura educación sentimental y hasta por reconversión hacia la contemporaneidad.
Los intelectualoídes de vinagre y flama, y tanta rabia, han conseguido que me
alegrase de que La la land no se alzase con la preciada estatuilla, que
es una expresión muy recurrente por estas fechas. Preciada estatuilla,
así, de manual barato para periodistas somnolientos. Vaya tabarra que han dado
con la película de marras, qué cansinos, qué hartazgo, qué reflexiones e
inyecciones para justificar que no les ha gustado y, sobre todo, para
convencernos de que no nos debería gustar al resto de los humanos. Enumeración
de errores, erratas y demás especies. Ya no es necesaria la pastillita, que no
ha ganado, que ya el mundo puede seguir su curso, y todos tranquilos, en buena
armonía. Ganó Moonlight, una película que todo el mundo debería ver,
insisto, y si es posible sentir, aunque eso es ya mucho pedir. Empecemos con
ver, que lo de remover conciencias, emocionar y demás lo dejamos para las
siguientes lecciones, que todo de golpe no es asumible para algunos, teniendo
en cuenta de donde parten. De la piedra, de la tierra, de la lija, de la hiel
parten, me temo.
Pienso en la infamia que ha supuesto ese autobús deleznable que ha
circulado por algunas ciudades españolas, hasta que un juez cabal, al fin, ha
ordenado detener su marcha. Nunca me encontrarán con el bando del no,
salvo que ese no defienda el sí de la mayoría; nunca me encontrarán con
esos que se pasan la vida condicionando, cuando no prohibiendo, los derechos de
los demás, impidiendo que cada cual viva su vida como le dé la gana. Cuánto nos
cuesta aceptar las elecciones de los demás, como si fuésemos los responsables
de escribir el guión de los que nos rodean, de toda la sociedad. Lo de ese
autobús homófobo no puede ocurrir en un país que supuestamente vive en una
Democracia normalizada, no es de recibo... sigue leyendo en El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario