¿Cómo tasar, evaluar, pesar la felicidad? ¿Qué es la felicidad? ¿Un estado, un tiempo, una ilusión?
Ha llegado la primavera, hemos celebrado el Día de la
Poesía y huele a azahar, y a torrijas, qué más podemos pedir. Ah, y ya hay
caracoles –y cabrillas-, con sus quioscos de chapa, en caldo, salsa y hasta a
la carbonara, que se me olvidaba. Y también hemos celebrado el Día Mundial, o
tal vez fuera Internacional, de la Felicidad. Y eso que Dinamarca ya no es el
país más feliz del mundo, que ha sido superada por su vecina Noruega. Siempre
un país nórdico encabeza la clasificación, leo en el texto de la noticia. Tal
vez a usted no le haya sorprendido
esto, pero a mí sí me sorprende, y mucho, que haya una clasificación de la
felicidad. ¡De la felicidad, ni más ni menos! Y no se vaya a creer usted que la
encuesta la realiza una consultora de tres al cuarto o una firma de
preservativos o de refrescos, para nada, que es la propia ONU la que se encarga
del asunto. Como poco, debemos tenerla en cuenta, aunque no nos la creamos o
desconfiemos de sus resultados, y hasta de sus intenciones, como me sucede a
mí. Por sistema, yo no me creo ninguna encuesta en la que yo no haya tomado
parte. Es decir, si no me han preguntado no me creo ningún resultado o
vaticinio, y lo cierto es que solo una vez en mi vida he participado en una
encuesta, y creo que acerté. O me acerqué, que yo no sé si es lo mismo. Digo
esto, porque según pude leer en la noticia, los datos para establecer el
ranking de la felicidad mundial se obtienen de no sé qué cifras económicas, así
como de encuestas a la población, y a mí nadie me preguntado si soy mucho o
poco feliz. Es una pregunta que te exige un tiempo de respuesta, que no se
puede responder a lo loco, faltaría más, que la felicidad, el grado de
felicidad, hay que evaluarla y analizarla antes de cantarlo públicamente, que no
es un dato cualquiera. Pero antes de eso, debería saber, tener medianamente
claro, qué es la felicidad, que con la definición que leo en el diccionario no
me basta.
Y es que el mismo diccionario, el de la RAE, el oficial,
el bueno, no se pone de acuerdo, bizarro hasta el extremo del extremo, porque
no vale que en la primera acepción nos diga que la felicidad es un “estado de grata satisfacción espiritual
y física” y que solo dos líneas más abajo, en la tercera definición, se nos
deje caer diciendo que es “la ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Vamos,
que pasamos del éxtasis más absoluto, del orgasmo emocional, al no ha estado
mal como si tal cosa. Y es que hay un trecho, y hasta un maltrecho, entre
lo maravilloso y lo aceptable, definan más, apunten al centro de la diana. Como
que no lo veo, por muy académicas que sean las definiciones. Aunque puede que
la Academia se abrace a la relatividad de la felicidad como un estado sin
estado, sin gramaje ni altura, incontable. Y es que la felicidad es muy poco
académica, y más se mueve, se cuela y se maneja en el terreno de lo
indefinible, lo salvaje, lo loco, lo inconstante, lo irracional y lo
imprevisible, y por eso mismo, o por todo eso, es imposible enfajarla en un
estudio con pretensión científica. Por mucho que ese estudio lo firme y se lo
atribule la propia ONU.
Hay días en los que pienso que la felicidad es una sucesión de momentos
y hay días en los que pienso que la felicidad es el recuerdo o el eco de un
momento que disfrutamos cuando lo recuperamos. Y hay días, pocos, en los que no
pienso en qué consiste la felicidad, y tal vez sean los días más felices, ya
que me encuentro en ella y no tengo... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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