Aunque
ya muchos no lo recuerden, Juan Manuel de Prada fue el gran mirlo,
delfín o elefante blanco de la joven y nueva literatura española
con dos magníficos libros de relatos, Coños
y
El
Silencio del patinador,
y una titánica novela, Las
máscaras del héroe,
que yo sigo situando, años después, entre las mejores obras
narrativas de las últimas décadas. Una novela a contratiempo, que
mal convivía con los jóvenes compañeros de promoción, que se
acodaban en la barra pidiendo una maceta de calimotxo
mientras escuchaban la nueva canción de Nirvana. Prada, en ese
tiempo, mientras el realismo (sucio o pulimentado) se abría paso
sobre el decorado literario, nos ofrecía bailar un chotis tras
brindar con un orujo rabioso e intenso. También destacaría de sus
inicios La
tempestad,
una rara
avis
en la trayectoria de este autor, que bien podríamos considerar como
un estupendo “planeta”, si uno bucea mínimamente en las aguas
del célebre y millonario premio.
Tras
un tiempo de idas y venidas, inmerso en diferentes asuntos, algunos
de ellos no estrictamente literarios, regresa Juan Manuel de Prada
con este Mirlo
blanco, cisne negro que
bien puede entenderse como una recuperación, o un revival, del Prada
que a mí, particularmente, y no soy una excepción, me sorprendió y
fascinó. Y
regresa con un ejercicio de artesanía, y hasta de orfebrería,
literaria. Prada expone en todo su esplendor sus infinitas
capacidades y facultades, mediante un texto en el que se entremezcla
con sabiduría, precisión e ingenio el cultismo con su socarronería
más particular y brillantemente canalla.
Novela
sobre novelas, sobre esa Madonna
veneciana y noir
que recuerda tanto a La
tempestad
del propio Prada, y también novela sobre novelistas, desde muy
diferentes planos y aspectos. El escritor como sujeto público, el
escritor como trabajador por cuenta de su propia obra, el escritor
ante sus sombras, referencias y ambiciones, el escritor entre
escritores o el escritor que se enfrenta dubitativo, y siempre
precavido, a sus creencias, obsesiones y limitaciones.
Se
vale Prada para este escaparate metaliterario de dos escritores que,
a priori, podrían considerarse los polos opuestos, pero que tal vez
formen parte del mismo escritor. El joven Alejandro Ballesteros,
talento juvenil, velocista de las letras que despunta con su primer
libro de relatos, tal y como le sucedió a Prada, y Octavio Saldaña,
el ocaso del talento, tertuliano de tertulias gritonas y grotescas,
escritor sin rumbo ni novela, que cree encontrar en el joven escritor
la salida para escapar del abismo. Similitudes, resurrecciones, la
Literatura y la vida.
Arremete
Prada en Mirlo
blanco, cisne negro
contra el sistema, mundillo o universo literario, y
así encontramos referencias, ajustes de cuentas y claves que en
ningún caso conforman la trama central. Tengamos
en cuenta que contra quien más arremete Prada es contra él mismo. Y
es que esta novela tiene mucho de expiación, de arrojarse el fuego
destructor, reparador y sanador y a partir de las cenizas, renovadas
cenizas, construir al nuevo escritor. Un escritor que recuerda
mucho a ese Juan
Manuel de Prada que nos deslumbró a tantos, en ese “debut
prodigioso”, Coños, tal
y como parafrasea en este Mirlo
blanco, cisne negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario