Como si se sintieran plenamente satisfechos de lo
que son, de lo que han conseguido, como si ya no pretendieran nada más, como si
se encontraran en el lugar perfecto, en el espacio más cómodo en el que nunca
jamás quisieran estar, se saldaron los conclaves que celebraron, la pasada
semana, Podemos y Partido Popular. Ya está, es lo que hay, no hay más cera que
la que arde. El Popular parece un partido dirigido por un Mourinho de la
política, desconozco si Arriola posee el título de entrenador. Todo vale si el
resultado es satisfactorio, teniendo en cuenta que la satisfacción del
resultado fluctúa según el minuto de partido y el rival. Después de varios años
de escándalos relacionados con su financiación, de dirigentes enjuiciados y
hasta condenados, después de varios años de cercenar derechos, empobrecer a la
población y condenarnos a un futuro peor, mucho menor, después de varios años
de fatiga, flama y plasma, después de varios años de mentiras, promesas
incumplidas y sueños arrebatados, una victoria pírrica, un golito palomero en
el tiempo de descuento, se ha entendido como un gran triunfo. Y Rajoy ha
llegado al congreso de los suyos como ese rey cansado y anciano que desconoce
hasta donde alcanzan los confines de su imperio, ajeno a la realidad, entregado
a somnolencia pública tan característica suya, como si acabara de probar todas
las atracciones de la Calle del Infierno. Acarajotado, como si este mundo y sus
cosas no fueran con él, como Luis Enrique tras la abultada derrota de su equipo
en París. Y, para desgracia nuestra, van con él, dependen de él, esas cosas,
nuestras cosas, aunque se quede mirando extrañado, como un mamut un smartphone,
ese rótulo en el que se puede leer sí, no sabemos a qué, que la azafata
le entrega para la foto de familia. Cospedal, Cifuentes y demás plana mayor
sonríen, exhibiendo nacaradas dentaduras, siguiendo el guión establecido. Y a
marcar otro golito, si les dejan.
Escogieron Madrid, Vistalegre, para su gran
cónclave, pero mejor les habría quedado Albacete, por aquello de sus célebres
navajas, y hasta la jungla farragosa y húmeda en la que creímos ver los ojos
animalescos del Coronel Kurt. Iglesias, community manager de su propia
marca, pretende vender como feminización de su proyecto político lo que no deja
de ser la lapidación, laminación o eliminación de Iñigo Errejón. Iglesias nunca
ha creído en la igualdad de género, la ha ignorado u obviado a su antojo, y
ahora me estremece el que la use como un pasquín que se diseña y se imprime en
media hora, como una ocurrencia más con la que rellenar el tuit de
turno. ¿En qué capítulo de Juego de Tronos vimos eso? ... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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