Que no les falte
nunca el pan a mis hijos, pero que tampoco les falte un libro, una exposición
que visitar o una película que ver, esos alimentos que nos hacen más libres y
plenos, y que deben estar siempre en nuestra despensa.
Cada día estoy más de acuerdo con las palabras de Federico
García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, en Fuente
Vaqueros, en 1931. Pan y libros, pan y libros. Y a los dos hay que
considerarlos alimentos de primera necesidad, porque realmente lo son. Podemos
sustituir, obviamente, libros por cultura, que tanto monta. Y eso que Lorca
pronunció su sentencia en una época de profunda hambruna, en una España de
ratas, gatos y pan negro en el menú, y aún así lo tuvo claro, pan y libros e
igual de claro lo tengo yo, aunque los gatos se hayan salvado de la carnicería.
Empiezo terco, repetitivo, pero plenamente aferrado y entregado a la
reivindicación, y hasta revolución en estos tiempos horrendos, catetos, donde
los libros y la cultura ocupan el lugar más alejado de nuestras vidas. Ni en el
gallinero les encontró un hueco el acomodador, cómo será la cosa. Tal vez
recupero a Lorca a colación de la conversación que mantuve hace unos días. Un
amigo me reprochaba que, aún siendo tan “abierto” para la mayoría de las
cuestiones, no le permitiera a mis hijos escuchar reguetón. Me
sorprendió que le sorprendiera, no lo niego. Y sí, es cierto, no les dejo
escuchar reguetón, lo tienen prohibido, y lo mismo les sucede con esas
supuestas series infantiles que no dejan de ser otra cosa que culebrones
protagonizados por adolescentes repelentes. Y tampoco les dejo comer
determinadas chucherías, y procuro que lean todos los días, y que no se pasen
con el chocolate, y que practiquen deporte con frecuencia, y que sean
continuistas con su aseo personal, y que sean respetuosos con el que tienen al
lado, y que tengan buena relación con sus compañeros de clase, y que estudien
el tiempo conveniente cada día, y que no maltraten sus ropas, y mil cosas más. Claro
que sí. Es decir, no renuncio a educar a mis hijos, en ninguna de las facetas
de la vida, que son muchas y no podemos olvidarnos de ninguna, y muy
especialmente de aquellas que considero fundamentales, como lo es la cultura.
Vamos, que sí, que ejerzo de padre, no delego, en primera persona.
Con frecuencia tengo la impresión de que
circunscribimos la educación de nuestros hijos a unos ámbitos muy delimitados y
tradicionales, me temo, y nos olvidamos de otros muchos que son trascendentales
en su desarrollo personal. Y lo mismo que deseamos y queremos que tengan a su
alcance la mejor formación educativa, la mejor sanidad posible o que se
alimenten de la manera más saludable, no debemos renunciar a que tengan acceso
a una cultura de calidad, en cualquiera de sus manifestaciones. Y por tal
motivo, no quiero que escuchen, por ejemplo, reguetón, y no solo porque
musicalmente sea un infamia, que lo es, relacionar a la música con esa cosa ya
me parece ofensivo, es que además la mayoría de sus letras deberían estar en el
juzgado, por alentar la desigualdad entre hombres y mujeres, con demasiada
frecuencia, o por incitar a la violencia de género, en determinados casos. Y no
quiero eso para mis hijos, como no quiero... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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