¿Cuáles son los límites de la televisión o de determinados programas de televisión? ¿Sigue siendo "nutritiva", como proclamaba Aviador DRO, o ha pasado a ser destructiva? ¿A qué es debido esta abundancia?
Jamás podría haber imaginado Cupido que su profesión
alcanzara tal dimensión, hasta el punto de convertirse en el entretenimiento
favorito de millones de telespectadores. Las flechas se han transformado en
ondas. Cosas que pasan, quién lo diría. San Valentín, ese santo envuelto entre
corazones y cajas de bombones, dejará de tener sentido a este paso, para qué
dedicar una fecha concreta al amor si el amor, o lo que sea eso, se ha colado
en el prime time de nuestra rutina diaria. De la mañana a la noche. La mismísima
Celestina ve peligrar su apodo, su trono, su definición, y es que los locutores
de camisas horripilantes y peinados estratosféricos la cuestionan cada día, al
otro lado del mando a distancia. Ni a los grandes clásicos se respeta ya. Si
uno se asoma a la parrilla televisiva que las diferentes cadenas nos ofrecen
cada día puede descubrir, sin necesidad de adentrarse en la jungla, que los
programas cuyo fin es el que dos personas, normalmente de sexos opuestos, se
emparejen abundan y proliferan como champiñones en un sótano. Y si además de
tirar tejos, flirteo, ligoteo o como se llame eso, la palabra seducción
me parece muy lejana en estos casos, hay greña, insultos, discusión tampoco es
una palabra adecuada, me temo, mejor que mejor. Más gusta, más nos gusta, más
audiencia, más tuits, más de todo, contratos, portadas –con o sin ropa-, más
salas vips, cinco minutos de popularidad, que no de gloria, salvo que la
gloria habite ahora en las entrañas del infierno.
Los programas a los que me refiero, no le voy
dedicar espacio –ni tiempo- a recapitularlos, ya sabemos todos de lo que
hablamos, aparte de horripilantes en estética, decorados, vestuarios, primarios
en ideas, sin apenas guión, muy pobres en todos los sentidos, tengamos en
cuenta que se tratan de programas de saldo, muy baratos de producir, si se
comparan con cualquier otra producción televisiva, ofrecen, vitorean, encumbran
una serie de comportamientos, modelos y situaciones que en ningún caso podemos
entender como ni remotamente positivos, sino todo lo contrario. En primer
lugar, en esos programas lo que tradicionalmente hemos conocido como educación
se convierte o pasa a ser algo, cómo explicarlo, de escaso valor, o mejor, de
ningún valor, porque no es que se devalúe, es que, simplemente, no existe. Y si
a la mala o nula educación le sumamos que son programas que exhiben, y se
vanaglorian de hacerlo, un machismo tan atroz como casposo, pues más motivos
para reconciliarse o iniciarse en la lectura, entregarse a la cría de
periquitos malayos o simplemente charlar con su pareja, familia o amigos. Cada
día estoy más convencido de que la televisión debería contar con un código
deontológico, de buenas prácticas, que exigiese un mínimo de calidad, y que el
espacio o cadena que lo incumpliese pudiera ser sancionado y, por supuesto, no
ser exhibido el producto denunciado. ¿El fin de la televisión? Me temo que esa
frontera, la de la calidad y la ética en la televisión, hace tiempo que quedó
muy atrás, y que regresar a la senda de lo razonable es una tarea que se me
antoja más que complicada.
Pero el aspecto más nocivo... sigue leyendo en El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario