Once minutos para la ilusión, once minutos que sobraron,
once minutos que nunca llegaron a ser. Once. Aunque a veces acaban diez, o
nueve. Once, es el número. Once jugadores por equipo, once. Once Copas de
Europa, once. Tal vez sea el fútbol el deporte más ilógico e injusto que
existe, más descerebrado y anárquico, y tal vez por eso lo amamos. Porque es la
ventana que se abre en nuestra rutina –demasiado poético me ha quedado esto-. Pero
también podemos llegar a detestarlo, precisamente por eso. Y se puede amar al
fútbol de muy diferentes maneras. Tal y como sucede con el amor que nos
profesamos entre las personas, también puede traducirse en un amor insano,
doloroso, cruel, desdichado, amargo. Hay amores que amargan, los que matan
pasaron a la historia o deberían estar en la cárcel. Amor es vida. O es como la
vida, escoja. Hemos vivido unas últimas semanas muy futboleras, aunque en
algunas ocasiones hemos hablado más de los aledaños del fútbol, o del epicentro
del fraude y la carroña. Que les pregunten a De Gea y Muniain por un tal Torbe
o parecido. Menudo lío, menudo sofocón de Edurne. Sofocón de los gordos. O que
le pregunten a Alves, que cuenta con la capacidad de ofrecer más titulares por
sus payasadas en las redes sociales o por sus olvidos con Hacienda que por sus
jugadas o por su cambio de equipo. O que le pregunten a Messi, ya juzgado y
sentenciado, por defraudar en los impuestos que todos los españoles pagamos
escrupulosamente. Si en vez de futbolista, de crack sideral, fuera político,
reclamaríamos cadenas perpetuas, escarnios públicos en la plaza del pueblo y
demás condenas graves, pero no. El yo no
sabía nada en esta ocasión se justifica y se entiende, pero si eso mismo lo
responde cualquier responsable público es imposible de creer. Y es que el
fútbol es mucho más que una ideología, más que la Hacienda pública y la
educación de nuestros hijos. Es mucho, mucho más, un sentimiento, como cantó
Calamaro, ese cantor prodigio y prodigioso de la Argentina melenuda del 78.
A los aficionados al fútbol, normalmente, nos gusta
más hablar de fútbol que contemplarlo o practicarlo. De hecho, hay aficionados que los partidos trascendentales no pueden verlos en
directo, abrumados por los nervios y demás ansiedades. Me incluyo en este
pelotón, me temo. ¿Hay partidos trascendentales?, bien podría preguntarse.
Busque en todas las posibles acepciones de trascendental, que tal vez alguna
valga. Me decía el otro día un amigo, gracias Gonzalo, que puedes cambiar de
nacionalidad, de pareja, de casa, de perro, de coche, de batidora, de móvil, de
sexo y hasta de intención de voto, pero de equipo no es habitual cambiar. Tal
vez sea la mayor fidelidad de nuestra vida. ¿Una tragedia? Fieles a un... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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