¿Podré saldar la deuda? Esos viajes, esos encuentros, esas vidas que tal vez no fueron soñadas... Vive con libros.
¿Qué le debo a los libros?
Si respondo que la vida, tal vez alguien me califique de exagerado,
aunque yo mismo considere que me quedo corto, cortísimo. ¿O tal vez
debería emplear el plural? Hablemos de vidas, de todas esas que he
conocido a través de los libros, y también de esas otras que yo
mismo me he inventado y que he tratado de plasmar, más mal que bien,
en mis novelas. También le debo una forma de vida –y ya van unas
cuantas vidas-, y es que estoy plenamente convencido de que todos
aquellos que convivimos con los libros contamos con una vida
diferente, más plena, más rica, más amplia, con más colores y
matices. Puede que los maratonianos, los coleccionistas de sellos,
los ciclistas maduros de mountain
bike carísimas,
los adictos a las consolas o a la tauromaquia cuenten con una
sensación similar, no lo sé. Aquí les habla un infectado por el
virus de los libros, con probabilidad no soy el más indicado para
tratar el asunto, aunque también puede que sí lo sea, ya que he
probado el veneno y conozco sus efectos. Sí, porque los libros, la
lectura, tienen mucho de veneno, que va más allá de lo mental, de
lo no concreto. Los libros son también la causa de mi insomnio, pero
también de mi sueño. Retomo el plural de nuevo, de mis sueños. He
soñado libros, propios y ajenos, convivo con los personajes creados
y leídos, me he permito cameos maravillosos y delirantes junto a Don
Quijote, vaya tunda nos dieron en aquella venta, en una carretera
perdida norteamericana, en una isla desierta, había tesoro
escondido, claro que sí; conozco los rincones de un lúgubre ático
de París, la soledad del guerrero y las alcantarillas de la España
anisada y amarga de los cuarenta.
He viajado sin tarjeta de
embarque, sin asiento asignado, sin levantar los pies del suelo, he
cazado focas en el Polo, he combatido contra Hitler y el nazismo, he
colaborado con Miguel Ángel, he paseado por Lima, Sinaloa o Argel,
me he colado en un par de volcanes, he conducido una máquina del
tiempo, también un bólido de carreras, y me he corrido un par de
juergas con Hemingway, todavía me dura la resaca. Libros, sueños,
vidas. Este 2016 debería ser especialmente significativo, por
aquello de las coincidencias y los centenarios, aunque me temo que
son los periódicos los que están llevando a cabo los fastos, que el
ministro de cultura –en disfunciones- anda de precampaña,
preausencia,
preloquesea
o animando a los compañeros que aparecen en los Papeles de Panamá
–una novela barata y canalla-. Cuatrocientos años de Shakespeare y
Cervantes, grandiosos genios de la historia de la Literatura, ahí
queda eso, ya está tardando El
Ministerio del Tiempo en
ofrecernos ese encuentro en la cumbre, solo comparable al que
mantuvieron Elvis y los Beatles –en el 565 de Perugia
Way-. Hay quien
mantiene que... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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