Sonido de arpa, aunque no lo escuche. Los
escaparates se llenan de rosas y de corazones, nos vuelven a contar la historia
de San Valentín. Difusa historia. Las cadenas de televisión emitirán una
película sobre el asunto. Basada en hechos reales, pero con final feliz, que
tiemblen las perdices. Los supermercados ofrecen catálogos específicos,
dígaselo con bombones, flores o tarjetas, un regalillo para celebrar el día.
Casi todo se puede comprar, nos cuentan, y nos lo creemos, vaya que sí. Flechas
que apuntan al corazón, alas de algodón, frases manidas. Restaurantes que
ofrecen cenas especiales, menús alusivos, prometen crear el clima propicio, para
que surja y nos envuelva. Hoteles en oferta, suites a precio de saldo, spas
para la ocasión, unas vistas idílicas. Cuidado con las alturas, esos vértigos
voraces. Quién le pone el cascabel al gato. Amor. Menuda palabra. Quién la
define. Podemos acudir al diccionario, tan frío a ratos, a miles de canciones,
del azúcar a la mostaza, gustos y colores; también podemos buscar su definición
en miles de libros, romanticismo mesiánico y pasiones desenfrenadas, o en el
cine, que una imagen vale más que mil palabras, decimos con tanta frecuencia.
De la sutilidad a la pornografía, universo californiano de silicona y látex. En
la pintura, candidez y trasgresión, imaginarios bosconianos
extendiéndose a lo largo y ancho del lienzo. Desgarrador, incierto, nervioso,
maravilloso, breve, intenso, química, física, biología, profundo, liviano,
sugerente, invisible, presente. Sí, hablemos del amor, tal cual, o de las
formas del amor, o del amor esencial, que cada cual sentirá, esperará y
repartirá a su manera, mientras tararea la célebre copla de Sinatra.
Y sí, lo de San Valentín es ñoño, es verdad, y se
lo han inventando los grandes almacenes para rascarnos el bolsillo, también,
pues claro, completamente de acuerdo. Pero también estará de acuerdo conmigo
que tampoco pasa nada, que hasta es aconsejable, que por un día, unas horas, lo
que sea, el amor sea el gran protagonista, el TT en el timeline de
nuestras vidas. Y sin necesidad de abrir la aplicación. Tengo la impresión de
que hemos introducido en nuestras vidas tantos elementos prácticos, tangibles,
concretos, que evaluamos según su utilidad, que nos hemos olvidado de las
emociones, de los sentimientos, y como canta Calamaro... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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