De
aquel 28 de junio, sangriento y macabro, en una comisaría de Nueva York al actual
han cambiado muchas cosas, indiscutiblemente, sobre todo en “nuestro” mundo
occidental. En el otro mundo, los gays siguen siendo perseguidos, repudiados,
ajusticiados y hasta asesinados. No olvidemos que la homosexualidad dejó de ser
considerada una enfermedad anteayer, como el que dice. La realidad es que hoy,
sí, 2015, siguen siendo perseguidos los homosexuales, también en nuestro país,
desde la cotidianidad de un lenguaje que los veja, mediante esos rechazos que
pueden comenzar en el colegio y continuar en el trabajo o recurriendo en el
Tribunal Constitucional que puedan tener los mismos derechos que cualquier otra
persona. Y existe otro rechazo, mental, genético, visceral, que fácilmente podemos
descubrir en cualquiera de nosotros, incluso en aquellos que besan a sus amigos
gays o que se felicitan por las leyes aprobadas, pero que para los “suyos”
prefieren lo mismo, lo cotidiano, y no otra
cosa.
Supongo
que llegará un 28 de junio que los homosexuales y lesbianas de nuestro país,
del mundo entero, no tendrán que salir a la calle a reivindicar sus derechos y,
de paso, exhibir con orgullo su condición. O sí, pero porque les da la gana. Quiero
pensar, necesito creer que ese día llegará, pero tengamos muy claro que aún
queda mucho camino por recorrer. ¿Podemos hacer algo nosotros? Mucho: conjugar
nuevos verbos, eliminar distancia, reflexionar sobre nuestro lenguaje y
comentarios y, sobre todo, asumir la cotidianidad de una diferencia que en
realidad no lo es. El que contemos con una sociedad que no ignora a todos sus
ciudadanos no es solo una señal de inteligencia y de eficiencia, también de justicia
y de compromiso por la igualdad real y verdadera.
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